Monterrey.- El 10 de diciembre de 2017, Monterrey dejó de ser sólo una plaza futbolera: se convirtió en el epicentro de una final que paralizó al país. Tigres y Rayados, frente a frente, por primera vez por el título de Liga MX. La llamada Final Regia dejó de ser un simple Clásico; se transformó en una cuestión de identidad, orgullo y eternidad.
La Ida había sido tensa: 1-1 en el Volcán tras el penal de Enner Valencia. Pero la historia guardaba su capítulo más feroz para el 'Gigante de Acero'. Apenas arrancaba la Vuelta cuando Dorlan Pabón encendió el estadio albiazul. Sin embargo, Tigres no se derrumbó: creció.
Eduardo Vargas silenció tribunas con un disparo lleno de vida, y minutos después, Francisco Meza apareció para escribir el relato que nadie olvidaría: un cabezazo al corazón del Clásico. De ahí en adelante, fue resistencia, carácter y alma. Monterrey falló un penal; Tigres jamás soltó su convicción.
Cuando el silbatazo final llegó, Tigres se proclamó campeón en casa ajena. No era sólo una estrella más: era la victoria que bordó identidad. La noche en que el equipo de Ricardo Ferretti levantó el trofeo frente a su rival eterno. La ciudad quedó dividida; el legado quedó sellado.
Desde entonces, aquella final es mito, herida y bandera; un recordatorio de que las noches que duelen para unos, son eternas para otros.