Con todo el respeto y la delicadeza del caso, además de extender un pésame y expresar solidaridad a la familia de Debanhi Escobar Bazaldúa, dentro de las reflexiones que este lamentable caso nos ha despertado, nos llevan a preguntar si como sociedad, ¿estamos tocando fondo?
Sin hacer ningún señalamiento que pudiera revictimizar a Debanhi o a su familia y sin ninguna hipótesis de las investigaciones porque esas son de las autoridades competentes, la única parte que nos brota como un gran foco rojo social es que una joven de apenas 18 años haya perdido la vida, después de haber participado en una reunión donde evidentemente hubo abuso de alcohol, a decir por quienes también participaron en ésta.
Más allá del tema tan complejo de los feminicidios del que opinan, reflexionan y escriben las y los expertos, como especialista en adicciones, sin importar que la víctima haya sido mujer u hombre, me pregunto cuántas tragedias están sucediendo tras reuniones en las que hay exceso de alcohol y en algunas ocasiones, de otras sustancias, además de llevar varios días reflexionando profundamente sobre los valores que hoy mueven a nuestros jóvenes, sobre todo en las edades más vulnerables (entre los 14 y 29 años).
En mi carrera como adictólogo he visto y he conocido casos de mujeres y hombres muy jóvenes que han perdido la vida como consecuencia de la ingesta de alcohol o drogas, que cada vez como sociedad estamos equivocadamente normalizando bajo el argumento de que todo mundo bebe o consume alguna sustancia.
A veces cuando hacemos prevención de adicciones o de consumo de sustancias, nos acusan de moralistas o aguafiestas, quizás porque es más fácil tratar de ignorar una realidad que nos rebasa, con la creencia de que a ustedes no les pasará, hasta que un caso público nos lleva a preguntarnos en qué momento soltamos las riendas para el libertinaje de nuestros jóvenes.
En días pasados escribí en mis redes sociales que, dentro de lo que deberíamos estar reflexionando es en los estereotipos y modelos a seguir que están adoptando los jóvenes en una sociedad invadida por mensajes de que lo más importante es tener placer, sexo, poder, dinero, aprobación y “prestigio”, al costo que sea.
Recuerdo incluso sesiones familiares sobre adicciones en las que los padres asumen que beber es normal porque todo mundo lo hace y asumiendo que sus hijos jamás se verán envueltos en alguna tragedia como suele pasar en el mundo del alcoholismo y la drogadicción.
También me llega a la mente la respuesta que damos quienes impartimos pláticas y nos preguntan cuáles son las mejores herramientas que como padres pueden ayudarles a prevenir y a proteger a sus hijos, sobre todo cuando son menores de edad o siguen estando bajo su tutela: saber con quién andan, qué hacen, en dónde están y a qué horas van a regresar.
Con ello no pretendemos decir que hay que ser controladores o aplicar medidas policiacas en los permisos a los hijos, sino al contrario, fomentar la comunicación honesta y asertiva, practicar la confianza recíproca y advertir con toda claridad los riesgos que nos presenta el mundo contemporáneo.
Ojalá no tengamos que tocar un fondo mayor y retomemos la prevención y las mejores prácticas para guiar a nuestros jóvenes.
