El poeta, crítico de arte y comisario de exposiciones Osvaldo Sánchez Crespo murió víctima de cáncer el pasado 6 de septiembre en Mérida, Yucatán, lugar donde radicaba por serle “lo más parecido a Cuba”. Tenía 67 años.
Vivía en México desde 1990, desarrollo aquí una prestigiada trayectoria como gestor cultural tanto en el sector gubernamental como privado y de tales gestiones estas líneas buscan dar cuenta. Nació en 1958, en La Habana, dónde gano un premio como poeta y colaboró con el cineasta Tomás Gutiérrez Alea.
Como se ha repetido en las últimas semanas fue director de los tres museos más importantes que tiene el INBAL: Carrillo Gil, Rufino Tamayo y Arte Moderno. En los tres logró implementar un sello personal-profesional y, antes del inicio de su gestión, los sometió a una remodelación-mantenimiento que les cambió la cara, incluso radicalmente, en una meteórica carrera en la burocracia que duró aproximadamente una década, aunque se prolongó como independiente hasta el final de sus días.
Al debutar en 1997 como director de un museo se rodeó de un equipo joven, muchos de sus integrantes son hoy en día gestores culturales, comisarios e incluso artistas con gran reconocimiento, como Mario García Torres. Sin duda la decisión más cuestionable que realizó entonces fue sacar del Museo Carrillo Gil las exposiciones-muestras del concurso Encuentro Nacional de Arte Joven que tradicionalmente allí se exhibían y lo tenían como sede. Desde entonces el más célebre de los certámenes gubernamentales no tiene un lugar específico en donde presentarse en la CDMX. Eran los tiempos en que agonizaba el PRI.
No todo fue vino y rosas como director de museos del gobierno, en 2001 al llegar al Tamayo declaró-amenazó con “no más homenajes nacionales”, una frase que cayó muy mal, como bomba entre la casta de autores privilegiados; y en un hecho nada común en el medio cultural plantó cara al gobierno foxista que le impuso-ordenó presentar un libro; tras su renuncia se llevó a cabo la presentación del volumen sobre Arturo Rivera. En represalia el entonces Conaculta lo vetó legalmente, inhabilitándolo para ocupar un puesto en organigramas de su gobierno.
Con el cambio de poderes, pero no de partido, el veto se quedó sin efecto y su retorno fue en el MAM. Aquí presentó, entre otras, la curaduría de Laureana Toledo sobre la icónica foto de Manuel Álvarez Bravo: “Parábola óptica” de 1931. Una muestra rara en el medio, ya que exhibió solo una fotografía, pero en una gran cantidad de impresiones realizadas en distintas fechas. Una exposición de la que por fortuna existe un catálogo. En este museo tuvo otro gran acierto-logro: estetizar hasta las protestas de los trabajadores sindicalizados del recinto que tienen ganada fama de beligerantes.
Entre las exposiciones que se presentaron bajo su liderazgo y/o sus comisarias se destacan las siguientes: los libros de artista en el museo de Altavista y Revolución, la colectiva sobre arte LGBT+ en el Museo del Chopo de la UNAM y “Destello” en la Colección Jumex. La primera por haberse realizado en un momento en que no era común la exhibición de estos objetos de arte; la segunda por su esteticismo museográfico y rigor en la selección de autores, aspectos nada comunes en esas colectivas que tienden a privilegiar el género del autor y la temática genital en detrimento de la muestra misma; y la tercera por el bello, discreto y elegante catálogo que registró esa exposición en la galería de Eugenio López en Ecatepec.
Como crítico de arte baste citar tres de sus textos sobre igual número de artistas: Carlos Arias, Silvia Ordóñez y Miguel Cervantes. En el primer caso se trata de un escrito pionero sobre los bordados de Arias que se publicó en la revista ArtNexos y después en un catálogo-folleto por el Museo de Linares; el ensayo sobre Ordóñez fue para el libro que publicó a la regiomontana el desaparecido Grupo Financiero Serfin, data de su momento cenit como gestor cultural y destacó la vigencia de sus bodegones y naturalezas muertas; y el que hizo para Cervantes, para su última muestra en vida en la Galería López Quiroga, es una prosa en plena madurez creativa.
El texto titulado “Cartas del Nilo”, en realidad un poema en prosa con siete estrofas, especie de plegarias-oraciones, que dedicó a Miguel Cervantes para su exposición “Papeles privados” es, en opinión del autor de estas líneas, el más poético y el que mejor ejemplifica al hombre brillante, culto, erudito, inteligente y sensible que fue Osvaldo Sánchez; se cita a continuación la parte final de ese réquiem:
“Vete tranquilo. Siempre bastaron pocas palabras. Aún queda este lienzo con pátina, deshilachado, lento en la brisa. Veinte y tres en total. Hay niebla fina en la cubierta. Sobre las cañas revolotean aquellos mismos tábanos de azogue. El sigue dormido a tu lado, derramado y obscuro como una cortada. Avistados de lejos, serían dos hombres desnudos ardiendo en el crepúsculo. Nadie conoce realmente esta historia. Pero en la orilla se asienta en secreto su densa costra encarnada. Todo, casi todo, lo evapora el río”.
Osvaldo Sánchez tenía tres años de haberse instalado en México cuando en 1993, en la capital de Nuevo León, se sentó frente a la lente de Juan Rodrigo Llaguno, el retrato formó parte de la exposición individual del fotógrafo regiomontano en el desaparecido Museo de Monterrey, y es el mismo que recientemente utilizaron tanto el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey como el Museo Universitario de Arte Contemporáneo de la UNAM para informar-participar su deceso.
Finalmente, se reproducen unas líneas de la esquela que publicó la Familia Servitje-Labarrère en el periódico Reforma: “su cariño y pensamiento transformaron al mismo tiempo nuestras vidas y el arte contemporáneo de México”. El que aquí cita a aquellos, quienes fueron amigos cercanos de Sánchez Crespo, secunda con creces su frase y se permite añadir: fue el gestor más refinado y exquisito que tuvo la cultura mexicana en las últimas décadas. QEPD Osvaldo Sánchez.