A veces silencioso y otras estridente, el cosmos digital ha colonizado nuestra realidad a través de la exitosa industria de los videojuegos, cuyos ingresos anuales alcanzan al menos $280,000 millones de dólares y es usada por más de 3,100 millones de personas, particularmente niños y jóvenes.
Erik Huesca, uno de los más destacados especialistas mexicanos en Inteligencia Artificial, advierte en su libro Ready? Go! El lado oscuro del universo gamer que “el propósito del juego ya no es terminar, sino obligarte a permanecer ahí”.
La industria, afirma, “pasó de crear aventuras con principio y fin, a diseñar un imperio de mundos cerrados que se extienden casi al infinito, creados para ser tu nueva realidad”.
Dice el investigador que los videojuegos son la nueva frontera de la batalla ideológica que se cierne en el mundo y se han convertido en un potente vehículo para la conquista cultural y la normalización de ideas.
La engañosa inocencia de los personajes deambulando por inmensas llanuras, densos bosques, volando por los aires o sumergidos en claros mares, entre muchísimas otras secuencias, violentas o no, tiene detrás una oculta estrategia de captura.
“Los desarrolladores emplean Inteligencia Artificial (IA) y poderosos sensores de comportamiento para detectar y monitorear cada movimiento, compra y emoción del jugador, y no para perfeccionar el juego, sino para ajustar la dificultad, las recompensas y el contenido de forma personalizada, asegurando que nunca abandone el loop (animación)”, refiere.
La industria de los videojuegos tampoco oculta una persistente esencia racista, al reforzar modelos estéticos hegemónicos, donde los protagonistas, señala Huesca, “replican estándares de belleza caucásicos, relegando a la otra diversidad a roles secundarios o caricaturas. Tal normalización de la exclusión se presenta tanto a nivel visual como narrativo”.
En este universo digital se esconde una trampa, que trae consigo un enorme costo físico, psicológico y social, insiste el doctor Huesca. “La lealtad de millones de jugadores y el talento regional se convierten en ingresos drenados estructuralmente hacia las corporaciones del llamado norte global”.
Doctorado en IA, Erik Huesca establece la necesidad de levantar una férrea defensa de los neuro derechos humanos:”la libertad, la identidad y la privacidad mental deben ser inalienables, incluso en el ciberespacio”.
“El mayor desafío no es contra un jefe máximo de nivel final, sino por el derecho a seguir siendo humanos”, advierte.
“El viaje apenas comienza, y la primera y más importante de todas las naves eres tú mismo –sostiene–. La decisión es tuya: ser una nave consciente de su rumbo o un autómata feliz y descerebrado en la flotilla de un imperio digital. No es justo que nos roben nuestro derecho al ocio y mucho menos nos cobren por tenerlo”.
