En un contexto donde los valores democráticos se ven cada vez más tensionados —por la desinformación, la polarización y el debilitamiento de instituciones— el espacio cívico y las organizaciones de la sociedad civil se convierten en un capital invaluable para las comunidades. Este ha sido el motivo y la razón de ser de Consejo Cívico a lo largo de 50 años.
Durante estos años, la asociación se ha dedicado a construir una sociedad civil organizada y activa, que no sólo se enfoca a sus causas, sino que colabora para exigir rendición de cuentas y promover el bien común, sin renunciar a su independencia, a su compás ético, o a sus valores.
Consejo Cívico ha sido, desde su origen, un defensor firme del espacio cívico que incluye la libre expresión, la libre reunión y la libre manifestación de la ciudadanía.
En tiempos en que la participación social se ha visto cooptada, deslegitimada o burocratizada, el Consejo Cívico ha apostado por un modelo de incidencia ciudadana que parte de la autonomía, el análisis técnico y la articulación multisectorial.
Ha defendido la idea de que la sociedad civil no está para suplir al Estado, sino para vigilarlo, dialogar con él y transformarlo desde la corresponsabilidad.
Esta labor no es menor. En México, donde la democracia aún enfrenta déficits estructurales, donde las organizaciones sociales muchas veces operan en condiciones precarias o con desconfianza institucional, Consejo Cívico ha logrado construir una plataforma estable, confiable y profesionalizada.
Su liderazgo no se ha basado en la protesta ni en la subordinación, sino en una propuesta constante que se traduce en programas innovadores como Cómo Vamos Nuevo León, y Co Centro de Fortalecimiento, y espacios de colaboración y propuesta ciudadana como Foro Mty, la Red Multisectorial para la prevención de la violencia, la Coalición Anticorrupción, la Alianza del Aire, entre muchas más.
Estas iniciativas han permitido que se construyan puentes entre las organizaciones sin fines de lucro, los ciudadanos comunes, y las instancias gubernamentales, para que se pueda ejercer el derecho a participar e incidir de manera informada, sustentada en datos, y sobre todo enfocada a la propuesta, la colaboración y la solución de problemas.
Consejo Cívico no ha caminado solo. Su fuerza ha radicado en su capacidad de tejer comunidad: asociaciones civiles y colectivas, empresarios, activistas, jóvenes, académicos y ciudadanos de a pie han encontrado en esta organización una vía legítima para canalizar su compromiso público.
A diferencia de modelos verticales o personalistas, el Consejo ha privilegiado la colaboración horizontal, el fortalecimiento de otras OSCs y la creación de redes duraderas. En un ecosistema a menudo fragmentado, esta cultura de alianza es uno de sus mayores legados.
Además de los éxitos y resultados esperados, la asociación se ha enfrentado también a desafíos y fracasos que han sido parte de su historia: tensiones internas, resistencia institucional, momentos de desgaste.
Como muchas organizaciones, financiar el trabajo de la asociación y mantenerla a flote incluso en épocas como la pandemia, es un reto cada año. En las épocas agitadas o de duda, la constante ha sido la lealtad a una visión: la de impulsar y promover una ciudadanía informada, consciente y activa como piedra angular de una democracia que aspira a ser más que un mecanismo electoral.
Hoy, cuando la sociedad mexicana enfrenta una encrucijada entre autoritarismo disfrazado de eficiencia y participación democrática con todo su costo de complejidad, organizaciones con la experiencia de Consejo Cívico son faros necesarios.
Su trayectoria nos recuerda que la democracia se defiende cada día, no solo con leyes, sino con prácticas ciudadanas organizadas, vigilantes y colaborativas.
A cinco décadas de su fundación, Consejo Cívico sigue siendo una institución dinámica, capaz de cuestionarse, renovarse y acompañar a nuevas generaciones en su despertar cívico. Su historia es, en el fondo, una apuesta por la esperanza democrática y por el poder transformador de la ciudadanía cuando se organiza con propósito.
Porque ninguna democracia es duradera sin ciudadanía activa, y ningún espacio cívico sobrevive sin quienes lo defienden.