La exposición de Los Siameses, Marisa Lara y Arturo Guerrero, que presenta el Museo del Estanquillo en la Ciudad de México, incluye pintura, dibujo, escultura, instalación, gráfica, objetos, video, performance y vestuario. Un corpus de obra que abarca las últimas cuatro décadas. Una muestra que ejemplifica las virtudes del aparato cultural de estado del régimen anterior y exhibe las carencias del actual. Movilidad social y acenso profesional, lo más visible, en el primer caso; y falta de respeto, por decir lo menos, tanto al artista como público en el segundo.
Sobre el primer caso la pareja profesional y sentimental es ejemplo de que con tesón y esfuerzo se puede salir adelante sin dejar de ser quien se es, tanto Lara como Guerrero crecieron en un barrio bravo-popular de la Cdmx, acudieron a escuelas públicas de gobierno tanto de nivel básico como superior (La Esmeralda) y se beneficiaron de las ayudas gubernamentales para consolidar sus carreras como artistas; es decir, recibieron apoyos y su trabajo se exhibió, local e internacionalmente, en espacios auspiciados con recursos de los contribuyentes hasta convertirse en personajes del circuito del arte.
Sin duda no todo fue miel sobre hojuelas, pues además de imaginación y talento hay mucho trabajo de los artistas para merecer-recibir tales reconocimientos en el pasado y apuntalar una trayectoria que hoy en día no exenta a las actuales autoridades culturales de cumplir con sus responsabilidades en los recintos a su cargo para beneficio no solo de aquellos a quienes exhiben, sino para con los espectadores-consumidores-visitantes de galerías y museos.
Me explico: las exposiciones que presentan los museos, sobre todo los que operan con recursos del contribuyente, deben estar a cargo de profesionales; es decir, ser realizadas por ellos, contar al menos con un responsable-comisario que, apoyado por un equipo -si lo hay en la institución- para que lo que se presenta tenga una calidad mínima o al menos un estándar decoroso tanto para artistas y público lo mismo general que especializado.
En el caso de “Bipolaridad visual”, título de la muestra, no hay tal. No obstante que los comisarios son los mismos artistas, es evidente que la sintonía que tienen-logran como pareja artística y sentimental la pierden en el Estanquillo en donde saturan las salas, incluyen obra que por sus dimensiones requiere de otros espacios y, en otros casos, la minimizan y relegan por recovecos y rincones vía la museografía, también de su autoría.
Cierto que el visitante no paga la entrada a la muestra, lo que no implica que sea gratis o no cueste al contribuyente por la operación y funcionamiento del museo, pero ¿se merece un espectador encontrarse con un cuadro en mal estado, al que le falta un parte del marco o fotografías mal montadas y hasta dañadas-maltratadas? ¿Quiénes son los responsables de tales faltas de respeto? ¿los comisarios-artistas, las instituciones involucradas en su presentación? ¿o ambas partes comparten las irresponsabilidades?
Carlos Monsiváis les dedicó en 1998 un texto que tituló “¡Ay, cuanto me gusta el gusto!”, mismo que se publicó en un bello y bien diseñado políptico que acompañó una de las exposiciones cuando la pareja de artistas todavía firmaba individualmente cada cual su obra que, no obstante las similitudes temáticas, de paleta y factura, mantenía su individualidad. El folleto original lamentablemente se excluyó en la muestra, se optó por una reproducción en vinil que no le hace justicia y que hay que tener mucha suerte para encontrar, pues el panel que lo muestra se colocó a más de dos metros de altura y al final de una escalera.
El museo que lleva el nombre del autor de “Amor perdido” conserva-resguarda en su colección dos obras de Marisa Lara y Arturo Guerrero, una firmada sólo por ella y la otra por ambos, se trata de dos objetos-nichos que se incluyen en “Bipolaridad visual”, uno dedicado al cómico Tin Tan y el otro a un luchador: el Santo. Ambos de la Serie “Idolos del pueblo”, conjunto del que la muestra presenta varios cuadros extraordinarios.
Para el autor de estas líneas lo más sobresaliente de esta exposición es la pintura, sobre todo la del siglo pasado que se caracteriza por su riqueza cromática, materialidad pictórica y temas populares reconocibles y eruditos sublimados, por ejemplo, en citas-homenajes a Diego Rivera. Hay también algunos cuadros recientes que son de muy buena factura, destacable es la escultura en cartonería y bastante buenos son los videos en lo que hay que señalar la capacidad histriónica de ambos artistas y la acertada escenografía minimalista utilizada. En estas últimas piezas hay también un sentido del humor que no se percibe en la instalación ambientación sobre una enfermería, lugar utilizado por los artistas para cuestionar las prácticas curatoriales en las que ellos también han incursionado desde hace años.
(A propósito de curadurías y museografías, estos temas, más bien sus fallas, también se evidenciaron ya en la pasada muestra de gráfica de Francisco Toledo que, dicho sea de paso, contó con un comisario y fue una co-organización con otro espacio cultural, el CASA de Oaxaca. Dos instituciones y un responsable invitado, pero no lograron encontrar-exhibir la carpeta “Trece maneras de mirar un mirlo” de 1981, que se encuentra en al menos una colección pública regiomontana, la prestigiada Colección Femsa; la incapacidad se resolvió con la exhibición de los prints en video)
Finalmente, “Bipolaridad visual” permanecerá abierta al público hasta septiembre próximo, si llegó hasta aquí no se deje influir por lo dicho, acérquese al Estanquillo con confianza, hágase de un punto de vista propio y disfrute su visita. Es sano disentir y en el arte, como en todo, no hay verdades absolutas, pero allí está la exposición de Los Siameses.