En el tejido económico y social de México, las remesas familiares han sido por años un pilar fundamental. En 2024, alcanzaron $64,750 millones de dólares, el 3.5% del PIB nacional. Sin embargo, en 2025, este flujo vital muestra debilitamiento.
En abril pasado, las remesas a México desde Estados Unidos cayeron 12.14%, la mayor disminución desde septiembre de 2012, descenso atribuido a la incertidumbre por la política económica y comercial de Donald Trump, el deterioro del mercado laboral de EU y el temor de los migrantes a ser deportados.
La propuesta de Trump de imponer un impuesto a las remesas añade otra capa de preocupación entre los migrantes y sus familias.
El panorama afecta directamente a las familias que dependen de las remesas para cubrir necesidades básicas. En Puebla, adonde llegan el 5% de las remesas que capta México, la disminución de este dinero podría aumentar las tensiones sociales y económicas, exacerbando la desigualdad y afectando negativamente el desarrollo de zonas rurales y marginadas.
Ante este panorama, la respuesta del gobierno mexicano ha sido, en el mejor de los casos, tibia. La Presidenta ha calificado los aranceles de “injustos” e “insostenibles”, pero hasta ahora no ha tomado medidas concretas para contrarrestarlos.
La falta de una estrategia clara por parte de las autoridades mexicanas es preocupante. Millones de familias dependen de las remesas para sobrevivir, y el gobierno parece más enfocado en mantener una relación cordial con EU.
La diversificación de la economía mexicana y la promoción de fuentes de ingreso locales pueden ayudar a reducir la dependencia de las remesas y del mercado americano, aunque ese es un efecto colateral. El problema debe atacarse de raíz. El bienestar de millones de mexicanos está en juego.
No quiero ni imaginar qué pasaría si Washington usa de pretexto el lavado de dinero que ocurre dentro de las remesas para poner orden.
No basta con reconocer la importancia de estos envíos. Es imperativo actuar con decisión para protegerlos y garantizar un futuro económico estable para México.
El gobierno tiene que dejar de sacar raja política de todo culpando al pasado, afrontar los retos del presente, y pensar en cómo México debe jugar dentro del nuevo tablero geopolítico internacional.

