La exposición fotográfica “Materia imperfecta” de Yolanda Andrade en el Museo de Arte Moderno del Bosque de Chapultepec ejemplifica el desinterés por las artes y sus creadores por parte del gobierno de Claudia Sheinbaum, así como la falta de profesionalismo y compromiso de quienes designó-están al frente de la Secretaría de Cultura, el INBAL y el MAM.
Se trata en realidad de un maltrato y una falta de respeto no solo a la artista, nacida en 1950 en Villahermosa, Tabasco. Es un desprecio que se extiende al público en general, que —ojo— paga la entrada a la exposición, al museo. Desde antes del ingreso, el visitante se topa con un cordón amarillo que le advierte no solo del peligro que representan los tabiques sueltos en el piso —llevan meses en espera de un arreglo que no se hace—, sino que presagia lo que le espera dentro.
Durante una de las visitas, quien esto escribe presenció las airadas protestas de una dama porque se le impedía el paso con su bolso de mano, accesorio que, si bien colgaba de uno de sus hombros, no era un objeto para nada voluminoso. No hubo sentido común por parte de los empleados del museo: “Son las normas”. La mujer sacó algunos objetos del accesorio, los entregó al caballero que la acompañaba y dejó el bolso al guardapaquetes. ¿Cómo interpretar que a cada ingreso de una persona de la tercera edad la taquillera lo comunique en voz alta a sus compañeros, porteros-vigilantes?
La artista
Yolanda Andrade tiene los méritos para que el INBAL la exhiba-presente, incluso en el Palacio de Bellas Artes: una trayectoria de casi medio siglo y un corpus de obra que es espejo-reflejo de la sociedad mexicana urbana desde los años 70 del siglo pasado a la fecha. Hay al menos una decena de publicaciones monográficas que registran su quehacer fotográfico, pertenece a colecciones de prestigiadas instituciones como el Paul Getty Museum, ha obtenido reconocimientos como la Beca Guggenheim y, desde luego, los estímulos locales-nacionales.
Carlos Monsiváis le dedicó un texto canónico en 1988, se reeditó en 2012 en la antología de textos sobre fotografía Maravillas que son, sombras que fueron, pero su trabajo fotográfico sigue sin mostrarse de tal manera que el espectador pueda calibrar su importancia, su valía, su lugar en-para la historia de la foto mexicana. Su individual en Madrid hace tres años presagiaba que por acá se despertaría el interés por un reconocimiento acorde con los tiempos que soplaban: la izquierda ejerciendo el gobierno.
Me explico, la izquierda que llegó al poder en 2018 es la que aparece en su obra, no los políticos desde luego, sino aquellos que padecen su ineficacia; es decir, Yolanda Andrade retrata a la juventud urbana que, ante un futuro-porvenir casi negro, mantiene la frente en alto, saca la casta. Ha documentado-registrado las protestas-marchas de las minorías explotadas y ninguneadas, por la reivindicación de sus derechos elementales y, desde luego, incorporando la cotidianidad de quienes viven en las periferias que, no por tristes, carecen de dignas alegrías.
A diferencia de como suele pasar en casos similares, los ecos de la muestra española se perdieron entre los dimes y diretes de los políticos, Sánchez y López Obrador; sin embargo, algo se logró apreciar por fortuna en Zsonamaco 2023, con las limitantes que implica para el gran público. Una oportunidad que desaprovechó el Museo Archivo de la Fotografía, que organizó al vapor una muestra a la fotógrafa solo para exhibir su oportunismo y carencia de profesionalismo, que es lo más notorio en este espacio de la CDMX al menos en la última década. Ni el texto de James Oles evitó que la muestra pasara desapercibida.
Para el actual gobierno y su discurso por deslindarse de los regímenes anteriores y sus desastres, una artista como Yolanda Andrade es un activo potencial muy redituable, no solo por su obra, que lo vale, sino por el personaje que la crea, por ser ella quien es: mujer, integrante de una minoría y migrante que se ha hecho a sí misma. Pero tanto la secretaria de Cultura pasada como la actual miran para otro lado.
La exposición
“Materia imperfecta” es la primera exposición individual de Yolanda Andrade en el Museo de Arte Moderno, ella misma ha enfatizado esta circunstancia, y fue comisariada por Katnira Bello (CDMX, 1976).
La muestra reúne 35 fotografías en color, tomas digitales realizadas en varios países: Estados Unidos, Francia, China, España, India, Japón y México. La comisaria señala que mira a la fotógrafa como flâneur, es decir, una caminante, una paseante por las calles de las metrópolis de los países citados, y a tal apreciación responde su selección, que se enfoca en las últimas dos décadas de una producción artística que roza el medio siglo; se deja fuera el blanco y negro que encumbró a la artista.
No es una exposición que impacte, la museografía y el montaje no potencian las piezas que se exhiben, el enmarcado es pobre, está mejor presentado-exhibido un cartel de Agustín Jiménez en la tienda del MAM. Lo más lamentable es el muro con un lote de 11 piezas, sin enmarcar, sostenidas con alfileres. No obstante, es una muestra representativa de los intereses de la autora en el lapso que cubre: ya no enfoca a los individuos, sino sus contextos; salvo cuatro piezas de colecciones particulares, el resto en la muestra es tal vez colección de la artista o quizás copias de exhibición.
Si bien la curadora y la institución enfatizan que se trata de una muestra de obra que registra-privilegia la calle o lo que desde este lugar capta-mira-encuentra la fotógrafa, hay al menos dos piezas que escapan a tal categoría: el interior de un local comercial que vende chucherías chinas en el Centro Histórico de la CDMX y la vista de un jardín privado. Esta última es un guiño sutil a los colectivos LGBT+, pero para apreciarlo hay que saber-conocer quién es el propietario del lugar captado, quien posee-disfruta en exclusiva de esa burda talla sacra popular en un pueblo del Estado de México.
Las reducidas dimensiones de la sala hacen más notorio lo forzado del discurso curatorial, lo complicado que resulta poner a dialogar las piezas entre sí y darle un sentido de continuidad a tan diversos contextos, a pesar de los lazos que los unen como conjunto más allá de técnica y color: tema, país, abstracciones…
“Naturaleza quieta” (2018), “La tienda de colores” (2004) y “Xochimilco” (2005) se encuentran entre lo mejor de la muestra. Son impresiones bien logradas con una cromática intensa-saturada: la primera es una lona tipo la carpa de circo de Weston, la segunda es un ejemplo de sensibilidad y gusto de un comerciante de barrio que ya quisieran muchas instalaciones y la tercera una vista en contrapicada a las barcas de ese popular paseo al sur de la CDMX. Ante estas tres fotos se recuerda-escucha la voz de Mariana Yampolsky: “el color pide color”.
Al visitar-recorrer la muestra surgen dudas-interrogantes: ¿Qué motivo tuvo el MAM para organizarla?, ¿qué ofrece el museo a los artistas a los que dedica muestras individuales? y ¿qué significa-representa para la fotógrafa exhibir en ese lugar, que a pesar de llevar el nombre de Manuel Álvarez Bravo es bastante lamentable y lejos está de honrar al Maestro, al Fotógrafo de México? “Es un espacio ratonero”, señaló al comentar su visita-recorrido por la exhibición un coleccionista de fotografía que incluye entre las joyas de su acervo al menos un vintage temprano de Yolanda Andrade.
“Materia imperfecta” deja en claro que no es una artista —la comisaria lo es, egresó de la FAyD de la UNAM y fue discípula de la expositora— la profesional indicada, al menos en este caso, para que se le otorgara un proyecto como la primera exposición individual que el MAM dedica a la artista tabasqueña. ¿Por qué se le comisionó tal curaduría? ¿Cómo apoyó su trabajo el equipo curatorial del museo que aparece con tal crédito en la presentación? En el currículum vitae, en línea, de la curadora se destaca que su experiencia es en action-performance, es decir el art-body, las artes corporales.
La exposición “Materia imperfecta” es una oportunidad perdida para todos: público en general, artista, coleccionistas, mercado, comisaria… pero sobre todo para el actual gobierno y su equipo de cultura que deja pasar una oportunidad de oro para poner en práctica su repetida frase: “No somos iguales”. Pero los cambios no se ven, no llegan, al menos en los museos.
El MAM
El Museo de Arte Moderno del INBAL es una institución que, por su ubicación e importante colección permanente, es un sitio de referencia para los visitantes al Bosque de Chapultepec e interesados en las artes plásticas, por lo que se espera que funcione profesionalmente, es decir, que ofrezca normas de calidad mínimas en su funcionamiento.
La exposición de Yolanda Andrade es un buen ejemplo de que no opera así, de lo mal que funciona el MAM: no hay un catálogo-folleto de la misma, la presentación de las fotos es pésima y el montaje mismo no contribuye a potenciarlas, sino todo lo contrario; por ejemplo, el conjunto que se colocó en el muro gris. La autora cuenta con iconos en color —los son en la historia de la fotografía mexicana— que se dejaron fuera en esta ocasión tan significativa.
Al final del texto de presentación de la comisaria se menciona que la exposición contó con apoyos de una empresa privada y la Sociedad de Amigos del MAM, contribuciones que se entiende se suman a las que la institución destinó para tal propósito. Entonces, ¿por qué tal resultado? ¿Será el equipo del museo el que no tiene la altura, el que no funciona con la responsabilidad que se requiere?
Mucho dice de la actual dirección del Museo de Arte Moderno el hecho de que la expositora se haya manifestado-protestado e incluso amenazado, en las “benditas redes sociales”, como diría el expresidente AMLO, con retirar la obra ante las llamadas que recibió de amigos y conocidos que, con ella, se quejaban-alertaban que no se podía acceder a su exposición porque la sala estaba cerrada.
La artista se conformó con una llamada de la dirección del MAM, no preguntó el motivo del maltrato y falta de respeto a su persona y su trabajo durante la conversación sostenida para calmar los ánimos y pasar hoja. Desde luego, los espectadores-visitantes que resultaron afectados pagaron el boleto de acceso, pero les fue negado el paso a la exposición, quedando excluidos de la charla entre la funcionaria y la víctima-fotógrafa.
La problemática en el inmueble de Ramírez Vázquez no es reciente; viene del sexenio pasado, es más, de mucho antes. Pero un caso que ilustra bastante bien la situación de la pasada y actual administración es la descortesía-grosería, por decir lo menos, hacia Rogelio Pereda y Luis Carlos Emerich, al no exhibir-presentar en su conjunto las 80 obras de autores mexicanos que tan alturista y generosamente donaron-regalaron-obsequiaron. Un gesto como el que ellos realizaron no es común en nuestro medio, y la actitud gubernamental desalienta al coleccionismo que podría contribuir al enriquecimiento de los museos con este tipo de acciones.
Por cierto, la autora de “Materia imperfecta” está incluida en la Colección Pereda-Emerich que ahora está en el MAM; a la fecha solo se ha exhibido fragmentariamente y, por fortuna, con el crédito correspondiente y muy merecido a los donadores. Un agradecimiento-leyenda-reconocimiento que, en obras de Tamayo y Toledo, ha desaparecido en el caso de las donaciones realizadas por Rafaela Usía sobre ambos artistas.
Que no se pueda hacer un catálogo que registre la exposición individual de una artista con una trayectoria como la de Yolanda Andrade dice mucho del actual gobierno y su política para con las artes y sus creadores; habla también del nivel de irresponsabilidad del INBAL y de la carencia de profesionalismo en el MAM. Si la artista tardó casi medio siglo para lograr una monográfica en ese lugar, hay que cuestionarse si valió la pena esa espera y si las instituciones cumplen con sus funciones.
Otros casos con semejante problemática son los del pintor Guillermo Arreola, la fotógrafa Maritza López y el autor de “Fulgor”; para los tres fue también su primera muestra individual en el Museo de Arte Moderno. Llama la atención que todos los casos mencionados sean de integrantes de grupos vulnerables, históricamente violentados, sin dejar de lado que se trate de artistas y coleccionistas salidos de las clases trabajadoras; salvo los últimos, un científico y un escritor, lo que no implica que no realicen actividades productivas. ¿Los discriminan las dependencias involucradas en el funcionamiento del museo?
No se trata aquí de exhibir al MAM ni a su staff, tampoco al INBAL, que le dio una medalla a la fotógrafa el año pasado, y mucho menos a la presidenta Claudia Sheinbaum y su secretaria de Cultura, Claudia Icaza; pero es que NO son modos de operar un museo y menos de tratar a los artistas, en este caso a Yolanda Andrade, una autora con obra tanto en blanco y negro, plata-gelatina, como en color en la colección permanente de ese recinto.
Finalmente, es algo más simple: ¿qué es lo que impide que el espectador-visitante acceda a una exposición que no necesariamente tiene que agradarle-gustarle, pero sí haberse realizado profesionalmente? Si se cobra-paga el boleto para las exposiciones, lo menos que se puede esperar de los responsables de los museos es que hagan bien su trabajo, trabajo que se remunera con los impuestos de todos los ciudadanos.
“Materia imperfecta” de Yolanda Andrade, con curaduría de Katnira Bello, permanecerá abierta al público hasta fines de agosto.