Italia.- Cuando todo parecía escrito en Milán y el Barcelona ya se veía en la Final de la Champions League, llegó el giro inesperado. En el minuto 93, un nombre poco esperado apareció para cambiarlo todo: Francesco Acerbi, el central de 37 años, conectó un remate solitario tras un centro de Dumfries y silenció al Barça. El marcador se puso 3-3 y el partido se fue a una prórroga que sería amarga para los culés y gloriosa para el Inter.
Ese gol no era cualquier gol: fue el primero oficial de su carrera en competencias europeas. Pero, más allá del dato, representó mucho más. Acerbi no solo jugó una semifinal de Champions, la rescató. Y no solo rescató al Inter: hace diez años, se salvó a sí mismo. En 2013 le diagnosticaron un tumor testicular. Cayó, luchó, recayó… y volvió. En ese proceso enfrentó no solo la enfermedad, sino también sus excesos, sus miedos, sus propias sombras.
“El cáncer fue mi suerte”, diría después. Porque fue ese golpe el que lo obligó a despertar, a buscar ayuda y a reconstruirse desde lo más profundo. Encontró en el fútbol su salvavidas y, desde entonces, nunca dejó de pelear.
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Tras dejar atrás el caos, Acerbi se consolidó: brilló en el Sassuolo, deslumbró en la Lazio y llegó al Inter en 2022. Hoy, a las puertas de los 40 años, disputará una final de Champions League, no solo como futbolista, sino como símbolo de resiliencia.
No es solo fútbol. Es la historia de un hombre que se negó a rendirse. De alguien que, cuando nadie lo esperaba, se convirtió en héroe. Porque en el momento más crítico, Acerbi no solo salvó a su equipo: volvió a salvarse a sí mismo.
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