Con empatía, voluntad y valentía, Gabriela Navarro emprendió hace ya 21 años un proyecto en el cual muchos no creían, pero que ha sido factor de cambio. Ella no sólo es una sobreviviente de la enfermedad, sino la fundadora de Cruz Rosa, una asociación que ha demostrado que vale la pena despertar la conciencia colectiva y femenina sobre el derecho a la salud y a ser tratada con dignidad.
En su historia personal, la enfermedad marcó un punto de inflexión al atravesar un proceso de cáncer. Confiesa que esto le permitió abrir los ojos a las carencias que miles de mujeres en todo el país enfrentan a diario y que están relacionadas con la falta de recursos, de un diagnóstico a tiempo, de un tratamiento para sobrellevar el dolor físico, psicológico y emocional para librar miedos profundos y vulnerabilidades invisibles.
Navarro platica que durante su tratamiento hizo un diario, a través del cual creó a una mujer imaginaria con la que platicaba. Era su forma de darse ánimos, una especie de acompañamiento psicológico que utilizaba para no caer y deprimirse más.
Al término de su proceso, cuando asistía al Hospital Universitario, ahí se encontró con miles de mujeres ‘reales’ que, como la de su imaginación, luchan a diario contra la enfermedad.
Muchas, platica, eran de escasos recursos, sin información, que pasaban los efectos secundarios en el estacionamiento del hospital. Aquellos encuentros le hicieron ver “que no podía quedarme indiferente a la realidad. Fue lo que sembró en mí la semilla de querer desarrollar el proyecto”.
En el Hotel Hilton Monterrey Valle, minutos antes de encabezar una conferencia con patrocinadores para anunciar diversas actividades de apoyo a mujeres con cáncer, Navarro habla, con orgullo y serenidad, sobre la historia de Cruz Rosa.
La organización se convirtió en su causa de vida, pero la ruta no ha sido sencilla. Hace dos décadas cuando buscaban apoyos, la falta de sensibilidad era evidente y hasta cruel.
Algunos negaban la ayuda con el argumento de que era un dinero para personas que de cualquier manera “se iban a morir“.
Sin embargo, Navarro y su equipo respondían con convicción: “Ni tu donativo ni mi trabajo le van a dar vida a una mujer, pero lo que sí te prometemos es que le vamos a dar calidad de vida”.
El desafío también lo representaban algunas mujeres que, dice Navarro, no se sentían merecedoras de la ayuda.
 Cuando llegaban a algunos de sus primeros albergues, la reacción inicial evidenciaba una herida profunda: “Se sentaban en la cama limpia y decían: ‘no, no, no, señora, esto está muy bonito, no me lo merezco’”, refiere. 
“Cruz Rosa ha logrado, además de acompañarlas en su proceso de cáncer, a que la mujer se sienta valorada, que entienda que su salud importa y que merece ser tratada dignamente”, asegura Navarro.
Hoy, dos décadas después, dice, la transformación es tangible. “Mujeres que antes llegaban con la cabeza agachada, cargando la idea de no ser dignas de nada, ahora levantan el rostro y asumen que son importantes, que merecen cuidados y respeto.
“La sensibilidad de los donantes ha cambiado. Hay gente muy generosa, empresas que nos han acompañado por años, que nos quieren, que reconocen la causa. Hemos tenido mucho avance en el despertar de las empresas”, subraya.
Ese mismo cambio también se refleja en la forma de ver y entender a la enfermedad cuando se tiene. Si bien ésta sigue presente y la demanda de apoyo no cesa, dejó de percibirse como una sentencia ineludible de muerte.
Apoyo en lo importante
 Con el tiempo, Cruz Rosa ha evolucionado y hoy son las propias mujeres quienes delinean el rumbo. 
Se fueron agregando programas y se aprendió sobre las necesidades que había, explica.
Hoy, asegura, la organización ha madurado. “Hemos evolucionado, el proyecto se ha fortalecido, tenemos nuevos programas, nos hemos institucionalizado; somos el único modelo con este estilo en México, y hemos servido para crear conciencia y brindar un apoyo óptimo, digno y lleno de corazón a cada mujer que pasa por nuestro proyecto”.
Entre los programas más relevantes, la fundadora destaca los de alimentación, alojamiento y apoyo emocional. “Las mismas mujeres nos han ido mostrando lo que necesitaban. Pero la esencia de Cruz Rosa está en el albergue, en ofrecer hospedaje, alimentos y apoyo psicológico. Uno que ha cobrado mucha importancia con el tiempo es el de transporte”, comenta.
La memoria la lleva a los primeros años de la organización, cuando apenas arrancaba operaciones. “En aquel entonces contratábamos un taxi, se subían cuatro o cinco y entre ellas mismas hacían su aportación, para ir a sus tratamientos”, recuerda.
Esa precariedad inicial dio paso a una transformación decisiva: “Actualmente contamos con camionetas donadas por empresas. El hecho de que puedan salir del albergue hacia sus consultas o tratamientos en un transporte con aire acondicionado, tranquilas, sin preocuparse por estacionarse o por la inseguridad, les ha dado tranquilidad”.
Todo este esfuerzo busca hacer más llevadera la lucha contra el cáncer y garantizar que las mujeres no se sientan solas en el camino.
“La palabra cáncer, que antes estaba siempre asociada con la idea de muerte, hoy ya no lo está”, expresa.
Navarro estima que la asociación ha brindado apoyo a más de 380,000 mujeres desde su creación, cifra que refleja no sólo una necesidad, sino la trascendencia de un proyecto que ha transformado vidas y que sigue ampliando horizontes.
La lucha ahora tiene otro rostro: el de la esperanza, la dignidad y la certeza de que, con apoyo, la vida puede vivirse con calidad incluso en medio de la adversidad.
