Durante un par de décadas, Bill Belichick pareció desafiar la lógica de una liga ferozmente competida como la NFL.
Junto con Tom Brady hicieron de los Patriotas de Nueva Inglaterra una dinastía en una época donde el tope salarial que estableció la NFL fue pensado precisamente para evitar que algún equipo fuera dominante como en décadas pasadas.
Parecía que su magia era eterna, junto a Brady conquistaron 6 anillos de Super Bowl y los elogios llegaban por carretadas.
Pero un día, Brady tomó un camino diferente. Se cansó de la disciplina militar y se fue a Tampa Bay.
Ahora la duda era quién había hecho de los Pats el equipo más dominante en la historia de la NFL.
Brady hizo campeón a los Bucaneros, mientras que Belichick cayó en un tobogán que sigue aún sin detenerse.
Nada le gusta más a los críticos que pegarle a la gente cuando está caída.
¿Injusto? Quizás, pero así como antes se le elogiaba y muchos decían que su mente era una de las más brillantes en la historia de la
NFL, ahora las críticas están más que justificadas.
Nueva Inglaterra ha tocado fondo.
Su ataque luce anémico, la presión está consumiendo a Mac Jones y las decisiones que Belichick ha tomado en la agencia libre y en el Draft Colegial distan mucho de ser acertadas.
A sus 71 años de edad, el coach está en una posición que nadie pensó: con riesgo de que Robert Kraft agradezca lo que Belichick hizo por su franquicia, pero mire hacia otro lado.
Nadie ni nada es eterno.
Ni en el deporte y tampoco en la vida.