Mi familia llegó a emprender a Estados Unidos con un estigma de haber tenido muchos problemas con Hacienda años anteriores y no queríamos enfrentarnos a lo mismo en un país ajeno. Sin saber por dónde empezar fui haciendo preguntas aquí y allá con el pavor de cuánto cuestan las cosas y traduciendo todo a pesos. Por fin un cliente nos recomendó con su contador y este nos ayudó a presentar nuestra primera declaración anual.
En su trabajo encontré errores y decidí no continuar con él, pero me llamaba la atención su despacho que tiene un desfile impresionante de clientes atendido por asistentes no tan capacitadas, me imaginé: “el contador gana buen dinero”.
Sin darme cuenta estaba experimentando un problema que ya se estaba gestando en la industria desde mucho tiempo atrás.
Tiempo después consigo otro contador y en una de las tantas pláticas me confía: “no tengo vida”. Me dice es muy difícil encontrar ayuda y ni cómo pensar en buscar nuevos clientes pues no los podría atender.
Hace meses visité una empresa en el que uno de sus socios tiene un despacho contable. Después de pasar unos días con ellos, y que el Contador me interrogara cómo llevamos nuestros negocios y las estrategias fiscales que aplicamos, no daba crédito como un inmigrante estuviera tan bien preparado en el tema, pero yo estaba a punto de terminar una maestría en contabilidad, pues como dueño de empresas, he querido aprender lo más posible la forma de pagar menos impuestos legalmente.
Este contador se sorprendió al conocer como llevamos la administración de nuestras compañías, desde un despacho remoto donde controlamos y auditamos diariamente muchos de nuestros procesos. Nunca vio algo similar. Me invita y presenta frente a su equipo para platicarles, y una de sus contadoras, me dice con cara de angustia: ¡Por favor ayúdame!
¿Qué pasa? Que, en Estados Unidos, la carrera de contabilidad cada año se vuelve menos atractiva para los jóvenes, cada vez menos se gradúan y peor aún, cada vez menos se presentan al examen de certificación estatal para ejercer como CPA. Lo más alarmante es que el 75% de los contadores certificados se encuentran ya en edad de retiro, y por cada 3 que dicen adiós, solo un joven los reemplaza. El dato más contundente: hacen falta en este momento 340,000 contadores según la AICPA, el Instituto Americano de Contadores Públicos Certificados.
De acuerdo al Buró de Estadísticas Laborales: un contador estadounidense en promedio gana $119,000 dólares anuales, mientras que uno con menos de un año de experiencia, $78,000 dólares, cuando en México, según sitios como Indeed, el salario anual promedio rondaría los $172,000 pesos, y cifras oficiales de la Secretaría de Economía muestran salarios aún más bajos.
¡Un contador mexicano gana entre 13 y 18 veces menos que uno estadounidense! Y lo que es peor, no hay suficiente trabajo para ellos y muchos terminan en actividades no relacionadas con sus estudios.
Mi pregunta es, ¿no podrían los contadores mexicanos aprender del sistema fiscal estadounidense y aprovechar esta gran escasez mientras generan muchos mejores ingresos? Pues mientras no atendemos ese mercado nosotros, alguien más lo está haciendo: es muy común recibir correos electrónicos de empresas hindús ofreciendo los servicios remotos de contabilidad. Me da rabia. Me da pena. Ellos ven la oportunidad, nosotros no. Hemos desaprovechado mucho la cercanía con Estados Unidos. Espero los contadores mexicanos un día puedan Conquistar América.
El autor es Ingeniero mecánico, master en economía y contabilidad en Estados Unidos, emprendedor serial y empresario apasionado con la vinculación de oportunidades de negocio y desarrollo profesional entre Estados Unidos y Latinoamérica.