Hace 125 años, se constituyó en Londres el London City Council, primer gobierno metropolitano formal de esta gran ciudad, y probablemente del mundo. En 1898, se consolidaron cinco distritos de Nueva York en una misma ciudad, en reconocimiento de que se iban a lograr eficiencias de escala con este paso hacia una planeación y ejecución de obras conjunta. Dos ciudades referencias que entendieron hace muchos años las economías urbanas de escala, y la necesidad de ser eficientes y tener un entendimiento conjunto del futuro.
De acuerdo con las estimaciones de la ONU, un 57% de los habitantes de nuestro planeta viven en áreas urbanas. Un crecimiento marcado que se ha dado principalmente en el siglo XX. A la par de la urbanización del planeta, se han ido consolidando áreas metropolitanas e incluso megalópolis (más de 10 millones de habitantes), que concentran entre el 20 y el 30% de los habitantes de zonas urbanas a nivel mundial.
Si pasamos de lo global a lo local, la metrópoli regiomontana no ha sido ajena a este proceso. En los años 1980’s el INEGI y CONAPO reconocieron de manera formal el fenómeno de metropolización en nuestro estado. Al día de hoy, si bien se consideran a 9 municipios como metropolitanos, las dinámicas territoriales, sociales y económicas indican que en realidad el área metropolitana y la llamada “zona periférica”, está conformada por 18 municipios con un mayor o menor nivel de integración. De acuerdo con estudios del Centro para el Futuro de las Ciudades del Tec de Monterrey, de 1990 a 2020 la población de la Zona Metropolitana aumentó 2 veces: de 2.6 a 5.2 millones de habitantes, mientras en este mismo periodo, la mancha urbana pasó de 363 a 1,029 km2.
A pesar de haber vivido procesos muy similares a los de otras ciudades del mundo, el área metropolitana de Monterrey se ha quedado notoriamente atrasada en un aspecto que hoy empieza a ser un lastre para la calidad de vida de sus habitantes: la gestión metropolitana, una visión y valores de futuro compartidos, y la capacidad de separar la política de la administración pública.
Los gobernantes en Londres entendieron desde el siglo XIX la necesidad de crear un nuevo “nivel” de gobierno, intermedio, entre el gobierno nacional y los gobiernos municipales. Precisamente por la necesidad de empezar a pensar y actuar en una nueva escala es que entendieron la necesidad de innovar en la gestión urbana. Este tipo de organismos de coordinación o de gobierno metropolitano ha aparecido en todos los continentes a lo largo del siglo XX. No es coincidencia que cuando hoy viajamos a una ciudad como París, Tokio, Londres, Sídney, nos sorprendemos de sus sistemas de transporte urbano integrados, que te permiten llegar a cualquier sitio sin dificultad. O de sus servicios públicos eficientes, sus sistemas de parques metropolitanos, entre otros aspectos.
La profesora Saskia Sassen ha estudiado a lo largo de su vida el fenómeno de las ciudades globales, nodos centrales en la economía mundial, centros de innovación, crecimiento económico y relumbre cultural. Entre los factores que diferencian las ciudades en esta era de competencia global por inversiones y capitales, Sassen analiza la diferencia entre aquellas que han tenido el liderazgo político suficiente para crear instancias de coordinación metropolitana y las que se mantienen en una situación de fragmentación política y de gestión. Sassen destaca que en aquellas zonas metropolitanas donde no existen estas instancias formales de coordinación, es más común encontrar profundas desigualdades socio-territoriales, y están menos equipadas para enfrentar los desafíos de la globalización. Incluso, podríamos agregar que están menos preparadas para anticipar y adaptarse a los retos que implica hoy el cambio climático.
Estamos en una encrucijada en Nuevo León. Entre dos caminos hacia el futuro, podríamos intentar recuperar las décadas perdidas y conformar un esquema de coordinación metropolitana en la cual los gobiernos municipales cedan algunas atribuciones a un órgano de gestión supramunicipal, pero definen de común acuerdo un futuro deseado en el que el acceso a un mayor bienestar sea más factible para la población de cada municipio. En este escenario, el gobierno estatal juega un papel relevante y camina de la mano con los municipios en la construcción de este futuro deseado. El segundo camino no es más que la continuación de la tendencia actual: una fragmentación política y territorial, en la que, al no conciliar los intereses de todos, y no sumar las partes, nos vemos cada vez más rebasados por problemas complejos que serán prácticamente imposibles de resolver.
Si bien los habitantes de este estado tenemos anhelos para nuestro futuro, las decisiones las dejamos en manos de los gobernantes electos por mayoría. De ellos depende tomar decisiones que nos encaminen a ser una ciudad global, integrada, competitiva y con una alta calidad de vida para todas las personas.
Sandrine Molinard es directora del Consejo Cívico.