Regiándola
Un ponche de Fernando Valenzuela era como celebrar un grito de Pedro Infante.
Era como cantar 'Mi Matamoros Querido' de Rigo Tovar.
O como disfrutar un heroico triunfo con llave de 'a caballo' del Santo en plena arena abarrotada.
Era el equivalente a explotar de emoción con un gol de chilena de Hugo Sánchez.
...O presenciar el nocáut de Julio César Chávez contra Meldrick Taylor en los últimos suspiros del doceavo round.
Era sentarse en el rincón de una cantina y cantar a garganta abierta 'El Rey'.
Ver triunfar a 'El Toro' era sentir a flor de piel el orgullo mexicano. Es parte de nuestra ambientación e historia.
Sin la menor pizca de duda, el sonorense atrapó con su guante el corazón de la gente y se lo llevó con él al viaje eterno.
El pítcher azteca entró en esa exclusiva vitrina de los ídolos.
Por su sencillez y su origen humilde, de hijo de campesino, 'El Toro' conectó con el pueblo y se instaló como leyenda querida del deporte mexicano.
Fernando ha cumplido, la gente recuerda con profunda nostalgia aquellos tirabuzones que nos hicieron ver toneladas de ponches y noches de ensueño.
El sonorense nos hizo creer en el talento de los mexicanos y saber que puede encontrarse en cualquier rincón del país como el olvidado y erosionado Etchohuaquila, en Navojoa, Sonora... y entre familias de 12 hijos.
Hoy sabemos que de este poblado, alejado de la ciudad, sin nomenclaturas de las calles ni números de las casas, surgió el mayor capo del pitcheo en la historia de México.
Hay quienes lo pedían para el Salón de la Fama, yo preferiría entronerar su historia de éxito en los libros de texto de México.
Nos levantamos de nuestros asientos y ondeamos pañuelos blancos para recordar su hazaña.
Ha llegado el último out en la vida de Fernando. QEPD.