¿La doctora Claudia es la nueva salvadora?

"A los mexicanos nos gusta el juego del “salvador” que resolverá todos los problemas para, en nuestra psiquiatría, identificarnos con él o ella sintiendo que triunfamos al apoyar".

Escrito en OPINIÓN el

Siempre he creído que las mujeres capaces tienen mejores atributos que los hombres capaces para administrar los recursos de un grupo y fomentar la paz en su entorno, por naturaleza o biología, así que me parece una excelente noticia la llegada de una mujer capaz a la Presidencia de la República y me gustaría que muchas mujeres autónomas y valientes asumieran posiciones de poder en México tanto en lo público como en lo privado.

Un estudio de la Universidad de California sugiere que las mujeres tienden a tener una mayor empatía, lo que puede resultar en decisiones políticas más centradas en el ser humano. Selfie de aplausos. 

Sin embargo, en esta época de sobresaltos locales regionales e internacionales salta  a la vista que ni el género ni la ley ni los valores humanos son garantía para transformar un sistema de vida (y político) que, en su esencia, seamos honestos, está diseñado para controlar y perpetuar el poder en manos de unos pocos, y la doctora Claudia, por las circunstancias en que llega, de arranque parece ser una figura de acción "eclipsada" por la violencia del crimen organizado y las ganas de permanencia de la figura de acción anterior, que teme dejar de ser el salvador favorito de la empresa del poder.

Nadie te va a salvar

Y es que a los mexicanos nos gusta el juego del “salvador” que resolverá todos los problemas para, en nuestra psiquiatría, identificarnos con él o ella sintiendo que triunfamos al apoyar. Nada más alejado de la realidad porque el poder es personal y hoy en día ni las promesas ni las expectativas se cumplen.

¿De dónde viene este dañino síndrome de “el salvador”? De nuestras creencias limitantes impuestas en el pasado por el combo de la religión, el adoctrinamiento educativo oficial, que incluye obediencia, y la manipulación de información cotidiana que, con mentiras, nos han llevado a depositar nuestra fe en lo que digan terceras personas, menospreciando nuestra propia versión de la realidad.

O sea, en suma, creemos ser víctimas de las circunstancias y no creadores de nuestro propio destino.  Nuestra necesidad "de pertenecer" nos vuelve fanáticos.

No contentos con lo anterior, a través de narrativas históricas repletas de héroes, villanos y mentiras se nos reitera la idea de que en toda guerra llega un “salvador” que "arregla el problema".

Pero la experiencia nos ha demostrado una y otra vez que, en un modelo vertical presidencialista, rara vez una figura de autoridad y poder está al servicio del querido pueblo. En realidad, este andamiaje jurídico cultural tiende a priorizar la conservación del poder y las concesiones para los amigos o grupos dominantes, en lugar de buscar colaborativamente el bienestar general. Esto incluye al actual gobierno, que estando integrado por humanos y mexicanos todos sin novedad, se dedica a lo mismo de siempre, sólo con mayor efectividad "electoral", pero sin asumir la función central de otorgar seguridad.

Tenemos pues un sistema que sin querer protege las ocurrencias, limita la participación ciudadana y desincentiva el servicio civil de carrera en el Poder Ejecutivo, con lo cual crece la necesidad de imaginar caudillos hombres o mujeres para salir adelante de los problemas auto generados.

La fantasía llega al grado de llamar a que nos pidan perdón por la Conquista de la Nueva España, por ejemplo, como si un puñado aislado de "extranjeros" hubiese podido conquistar por la fuerza la voluntad a cientos de miles de indígenas "locales" felices de acabar con los malos del "barrio mesoamericano" que eran los "Aztecas".

Y así en lugar de tener como verdadero padre de México a Hernán Cortés, quien nos hizo el favor de coordinar la revuelta, resulta que lo hacemos villano histórico buscando emociones, culpas, distracción y un nuevo “salvador” hoy que resuelva esta injusticia.

Nos inventamos problemas para que el “salvador” lo resuelva, en síntesis. Esto no es culpa del “salvador” o “salvadora” sino de quien cree en estas narrativas.

Luego entonces la búsqueda constante de un "salvador" facilita el populismo y la idolatría que empuja la concentración del poder. Sus efectos dañinos van desde la desestabilización de instituciones, polarización social, cultivo de la dependencia que nos lleva a la apatía, hasta el desencanto y la desilusión cuando no se cumplen las expectativas. Además, limita la pluralidad y fomenta la corrupción, ya que un político popular cree estar al margen de las consecuencias de sus actos y desincentiva la participación ciudadana formal y con esto se pierde el respeto a la diversidad, la tolerancia y el diálogo.

En resumen, si queremos tener un país próspero y justo a los mexicanos nos urge ir a terapia hasta que entendamos que cada quien es el salvador de sí mismo(a) y que la única ideología real es la libertad.

El autor es ingeniero civil, urbanista, analista urbano, experto en movilidad y gestión del desarrollo sustentable, y miembro de la Academia Nacional de Arquitectura