El pasado 23 de agosto los regios asaltaron Los Pinos. Un comando de 945 artistas, quienes entraron a la hoy llamada Casa del Pueblo y los capitalinos no opusieron resistencia, se rindieron ante la presencia, talento y genio de ese otro México que no parece el mismo país.
La acertada estrategia-programa incluyo baile y música regional, artes plásticas-visuales, letras históricas y poesía, manifestaciones artísticas periféricas ya prestigiadas, gastronomía y su cuerpo de elite más sofisticado: el Ballet de Monterrey. Es importante destacar la presencia en todos estos rubros del arte de una nueva generación, tanto entre los artistas-tropas como en sus generales-directores-mecenas.
En la presentación del libro “Nuevo León 200 Años”, efeméride del ingreso de la entidad al federalismo nacional, se reafirmó que ser regio es haber nacido en el Noreste de México (Coahuila, Tamaulipas, Nuevo León y el Sur de Texas). Pero regios también los hay por elección propia y solo hay que pasar por Monterrey para merecer el gentilicio.
Es un volumen muy rico en ilustraciones gracias a la extraordinaria investigación iconográfica realizada por los hermanos Edmundo y Alejandro Derbez; quienes lamentablemente no acreditan a Manuel M. López la autoría de sus fotografías, a pesar de que su firma es visible dentro del campo visual de las mismas.
Significativo que se cuestione el olvido sobre el crimen de un homosexual en 1935 y no se hable de la violencia actual que padece la población LGBT+ incluida la que forma parte del circuito del arte.
La identidad regiomontana “no son los Tigres ni los Rayados, son los cerros” dijo el gobernador de Nuevo León, Samuel García, en certera referencia a la exposición de Saskia Juárez y Rolando Flores, en la que se incluyen al menos dos extraordinarios óleos de la primera e interesantes búsquedas del segundo, aunque como conjunto no funcionó, salvo en los videos, no obstante que llegó precedida de su paso por el museo MARCO.
El político señaló que nunca antes había estado en Los Pinos, donde radican desde hace años obras de dos de sus compatriotas, Enrique Canales y Julio Galán.
Hubo también una representación de la fotografía, con algunos de los ganadores de los concursos locales, una muestra en la que destacó el trabajo de Sergio de Osio, Juan Rodrigo Llaguno, Ruth Rodríguez, Juan José Herrera, Yolanda Leal y Martha María Pérez Bravo. La muestra se acompañó de un texto de Alejandro Castellanos, quien evitó leer-mirar las fotografías e hizo una crónica de los certámenes. Una muestra en la que los participantes dialogan con sus contemporáneos de cualquier otra metrópoli. Por allí se paseó el coleccionista y prestigiado impresor fotográfico Ava Vargas.
Lo popular-tradicional estuvo a cargo de la regia-tapatía Dolores Martínez, con un programa que incluyó canciones como el Corrido de Monterrey, acompañada por el trío Pico de Gallo y el Ballet Regional de la UANL. El gobernador bailó una polca con la cantante.
Las expresiones artísticas de la periferia las representó El Gran Silencio, grupo que congregó una multitud en la que se veían abuelos, hijos y nietos. Ante tal gentío, el cantante Tony Hernández dijo sentirse muy a gusto, muy feliz “de estar aquí, donde vivían los Precisos”. Notable fue el concierto, que conjugó con maestría erudición con intuición: música clásica con solos de acordeón.
Durante los tres días del festival se degustaron las delicias de la gastronomía regiomontana, esos manjares de la “Cocina de bárbaras” que recopiló Doña Sonya Garza Rapport y publicó la UNAL, e incluyen asado de puerco, discada, arroz de boda, pan de polvo y a las llamadas “glorias”, esos dulces que recuerdan las palabras del escritor Ricardo Elizondo: “de las leches, la quemada es la mejor” a propósito de las pinturas de Silvia Ordóñez.
Pero la cereza de la tarta fue el Ballet de Monterrey, con una gala que combinó tradición y continuidad, clásico y contemporáneo: un fragmento de “Carmen”, “Maximiliano y Carlota” entre lo primero, y la recién estrenada “Hydra” y un divertimento entre lo segundo. El BM es ya una compañía sólida en la que también se aprecia el relevo en el mecenazgo; hoy su patronato lo preside Yolanda Garza, una de “Las niñas de la suerte” como bautizo Julio Galán el retrato que hizo a las hijas de Doña Yolanda Santos, fundadora de la compañía.
Monterrey es la capital del Noreste y su poderío lo representan sus artistas y las altas torres que desde San Peter compiten con los cerros, como se puede ver en la fotografía de Roberto Ortiz que cierra el libro arriba citado. El fotógrafo es un regio de San Pedro de las Colonias, Coahuila, y el libro omite su crédito. La metrópoli regia también padece el drama global de la inmigración y a sus protagonistas dedica sus versos Armando Alanís Pulido, un poeta sensible que sabe que en la poesía anida el alma de los hombres e insiste en la necesidad de una antología de la poesía regiomontana de las últimas décadas.
Los artistas participantes dejaron en claro que son buenos, y los hay extraordinarios, en sus respectivas disciplinas, lo que debería comprometer más a los mecenas regios, Gobierno del Estado, UANL e iniciativa privada. Por ejemplo, no hubo una simple fotocopia informativa para ninguna actividad en un lugar que recibe una gran afluencia de visitantes, la mayoría pertenecientes a los sectores más vulnerables de la ciudad de México.
Los regios, una legión que no vio llegar a su gobernador a Palacio Nacional, tomó revancha y se apropió de Los Pinos sin necesidad de votos, pero con lo mejor del Noreste: sus artistas.