La presidenta Claudia Sheinbaum reaccionó con energía en contra de su antecesor Ernesto Zedillo, que el sábado pasado en la edición digital de The Washington Post -con más de 10 millones de usuarios únicos-, afirmó que, por apoyar la reforma judicial de Andrés Manuel López Obrador, está destruyendo la democracia y alimentando una crisis constitucional. Dijo que su audiencia no era mexicana, sino estadounidense, lo que es cierto, pero luego lo llamó “vocero del conservadurismo” y retomó el recurrido disco del Fobaproa para descalificarlo. Las dos ideas combinadas revelan que no alcanza a ver el rechazo que provoca la reforma judicial en Estados Unidos, sin importar quién gane hoy la Casa Blanca.
Sheinbaum está ensimismada en la micro administración de la reforma judicial en México, sin estar viendo las posibles consecuencias. Su problema no es ignorarlo, sino carecer de un equipo que le esté traduciendo los síntomas del malestar. El vocero de las élites estadounidenses, el periódico más influyente en el mundo, The New York Times, le dedicó este fin de semana más de una página y media al tema, ocupando casi un 20% del total de su cobertura internacional a la reforma judicial. Fueron dos noticias publicadas el sábado, una cantidad sumamente rara cuando no se trata de desastres o eventos extraordinarios, y el domingo fue una entrevista con el ministro Juan Luis González Alcántara.
El artículo de opinión de Zedillo completó el cuadro, pero no parece que ninguno de sus colaboradores le haya hecho la traducción adecuada: a políticos e inversionistas, demócratas o republicanos no les gusta lo que están viendo, el surgimiento de un poder centralista y autoritario sin contrapesos. Sheinbaum y el obradorismo discrepan de esta visión, pero ese no es el fondo del problema que tiene enfrente. Así la están viendo y así la tratarán. Los llamados del canciller Juan Ramón de la Fuente al cuerpo diplomático para que defiendan las posiciones de la cuatroté en el mundo no están funcionando. Su cabildeo con el cuerpo diplomático acreditado en México, tampoco.
Quienes le están asesorando tampoco parecen entender cabalmente lo que es Estados Unidos. Ayer en la conferencia matutina se pudo apreciar que la información que le están dando es errónea. Dijo, a pregunta de la prensa sobre las elecciones en ese país, que respetaría la decisión del pueblo y que tomaría una posición y establecería la relación bilateral una vez que los órganos electorales “tomaran su decisión definitiva”. En realidad, la ratificación del resultado no la dan los órganos electorales -que son estatales, no federales como en México-, sino el Senado, en los primeros días del próximo año. ¿Lo que dijo es que mantendrá la relación con Estados Unidos acotada hasta enero?
López Obrador, que apoyaba al ex presidente Donald Trump en su búsqueda de la reelección, optó por no felicitar a Joe Biden cuando todos los mandatarios comenzaron a hacerlo con los resultados preliminares que ya no tendrían alteración en cuanto al ganador, y lo hizo hasta diciembre, tres semanas antes de que el Senado lo ratificara, no cuando tomaron su decisión definitiva los órganos electorales, como equivocadamente señaló Sheinbaum ayer. No sabemos exactamente qué es lo que va a hacer la presidenta, por lo que explicó ayer se contradice por su falta de información y muestra poca atención al calendario.
Pero si ella no lo tiene claro, Trump sí. En la víspera de la elección, en un mitin en Carolina del Norte -uno de los estados bisagra- dijo que le iba a informar “desde el primer día, o mucho antes, que si no detienen (la) avalancha de criminales y drogas que entran a nuestro país, voy a imponer un arancel de 25% a todo lo que mandan a Estados Unidos”. Y si no es suficiente, agregó, “apretaré el país con un 50% y entonces con otro de 75%”. Trump no va a esperar a que los órganos electorales tomen su decisión final, porque eso nunca sucederá. Lo mismo hará Kamala Harris si ella gana la elección.
Con todos los amagos que han hecho ambos, con mayor sonoridad uno de la otra, la relación con Estados Unidos no será buena, como cree Sheinbaum, sino difícil y ríspida, como se encuentra en estos momentos, no por el deseo del gobierno de Biden, que intentó un acercamiento tan pronto como asumió la Presidencia, sino por decisión propia. ¿Por qué endureció la mano y maltrató al embajador de Estados Unidos en México, Ken Salazar? Podría decirse que, por diseño, pues en una reciente reunión de De la Fuente con los embajadores en México, les repitió que la ventanilla con el gobierno sería con él, y les recomendó enviar reportes positivos a sus cancillerías, que algunos sintieron como una amenaza velada.
La secuela de declaraciones, decisiones y acciones son, hasta este momento, atropelladas. El manejo diplomático es accidentado, como cuando ayer, a otra pregunta, expresó su solidaridad con los españoles afectados por la terrible dana que golpeó a Valencia, lo que no hizo la semana pasada cuando padecieron las inundaciones, pero sin tomar posición sobre el rey Felipe VI y la reina Letizia que enfrentaron, con entereza y dignidad, la rabia y los insultos de los valencianos, que a los mexicanos nos recordó la cobardía de López Obrador cuando el huracán Otis y la forma como un jefe de Estado debe comportarse.
Hay atavismos en Sheinbaum compartidos con López Obrador y el obradorismo, como el caso español, pero hay una deficiente asesoría en el caso de Estados Unidos, donde están alineados los desafíos coyunturales, como los que plantea Harris, pero sobre todo Trump, y los de largo aliento, como la idea acendrada en ese país que México está abandonando su democracia para llevarlo por el camino de la venezolanización.
Tropicalizar su molestia con Zedillo sin relacionar su artículo con las publicaciones en la prensa extranjera llenas de críticas a la reforma judicial y a la “supremacía constitucional”, habla de un reduccionismo analítico en la Presidencia y en sus asesores en política exterior, que no parecen tener la capacidad ni estar a la altura del reto que se acerca.
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