La presidenta Claudia Sheinbaum rectificó ayer una decisión que le iba a costar cara. Por la mañana había dicho que no reconocería la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales hasta que fueran dados a conocer los resultados oficiales, pero ocho horas y media después, dio marcha atrás y le extendió sus parabienes a través de un mensaje en X donde reconoció al pueblo de Estados Unidos y mandó un mensaje al próximo presidente: continuar trabajando de manera coordinada, con diálogo y respeto. Parece que no necesitaba hacer mucho, pero fue todo lo contrario.
Sheinbaum, que se encuentra acosada por los radicales fieles a López Obrador, había replicado lo que su mentor hizo hace cuatro años con Joe Biden, quien alegó también que no había resultados oficiales, y terminó felicitándolo un mes después de su victoria. Sheinbaum había hecho declaraciones absurdas, como tomar una posición hasta que los resultados fueran oficiales, trasladando hasta al 6 de enero, cuando se comprobaran los certificados electorales en el Capitolio, iniciar los acercamientos con el equipo que llegará a la Casa Blanca.
La presidenta, una dogmática de izquierda, sacó una de las mejores cualidades que tiene, escuchar y cambiar decisiones, aunque no le gusten, si entiende que son mejores de lo que tenía en mente. El razonamiento para la rectificación en tan corto tiempo debe estar asociado al sentido común.
Trump fue declarado ganador, no oficialmente, pero con toda la evidencia del cómputo a la mano, cerca de las cinco de la mañana de ayer. Kamala Harris, la candidata demócrata que perdió la elección, le llamó al mediodía del miércoles para felicitarlo y por la tarde, aceptó la derrota. El presidente Joe Biden también lo felicitó y lo invitó a la Casa Blanca para iniciar la transición. ¿Cómo podría esperar más Sheinbaum?
Por la mañana había tratado de desviar la presión mediática sobre su falta de pronunciamiento, y dijo que no había nada de qué preocuparse por la victoria del republicano. ¿De verdad? Un botón de muestra: cuando el candidato Trump dijo en el Club Económico de Detroit el 14 de octubre que al asumir la Presidencia invocaría el artículo para renegociar el tratado comercial con México y Canadá, la cotización del peso con el dólar era 19.38. Sus palabras tiraron nuestra divisa, convirtiéndose en la moneda más depreciada entre los países emergentes. Ayer en la madrugada llegó a rebasar los 20.80 pesos por dólar, su nivel más bajo en más de dos años.
Eso había sido producto de una declaración de campaña. Hoy es un juego nuevo. Así lo estaban leyendo en el mundo, donde varias de las naciones e instituciones a quienes Trump criticó durante la campaña y adelantó que cambiaría la política llevada a cabo por el presidente Biden, fueron los primeros en felicitarlo por su victoria. El presidente de Ucrania, Volodimir Zelensky, dijo que apreciaba su compromiso por “la paz a través de la fortaleza”, buscando alejar su tentación de dejarlo a merced de Rusia. El primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, lo llenó de miel calificando su victoria como “el regreso más grande”, para que no le quite la ayuda militar. El jefe de la OTAN, Mark Rutte, dijo que esperaba seguir trabajando para fortalecer la paz a través de la organización militar atlantista, de la que se ha quejado amargamente Trump porque no pagan sus cuotas.
Presidentes y reyes, primeros ministros y jefes de gobierno de todo el mundo, demócratas y autoritarios, felicitaron a Trump. Sheinbaum, rehén de López Obrador en sus formas, y atrapada en su propia ideología trasnochada donde su visión del mundo está anclada en la Guerra Fría, volvió a quedarse en el bloque de Rusia, China, Venezuela, Cuba y Nicaragua, enemigos de Estados Unidos, como sucedió hace cuatro años con su predecesor en la felicitación a Biden. No son buenas compañías, dado que la presidenta ha asegurado que está en el mayor interés de México y de Estados Unidos seguir fortaleciendo la relación comercial.
La felicitación era un gesto, no un compromiso. Regatearla con el argumento de que no es un resultado oficial pese a que la forma como fue declarado electo, se traduciría como un desdén y un acto de enemistad. López Obrador lo hizo al utilizar la migración como instrumento de chantaje, ya que Biden y Trump necesitaban que se frenara por razones electorales y ambos tenían la reelección en el horizonte, por lo que administrarla y tenerla bajo control era prioritario. El fenómeno migratorio evolucionó en “frontera segura”, un nuevo concepto que unía la migración con el narcotráfico por la crisis del fentanilo que transformó la relación bilateral hace 21 meses, por la cual López Obrador fue crecientemente presionado desde Washington.
Por estas características delicadas en la relación bilateral, Sheinbaum, como Zelensky, Netanyahu y Rutte, debió de haber tenido la sensibilidad de ellos para olvidarse del machismo político de López Obrador y llamarlo por teléfono o, como hicieron muchos, escribir un mensaje en X. No era una buena manera de iniciar una relación con un líder misógino, hipermachista, soberbio y violento, que además ha probado ser rencoroso. Pero ante tantas felicitaciones, comenzando por Harris y Biden, la sensatez llegó a Palacio Nacional.
La hoja de ruta de la presidenta con Trump estaba siendo inadecuada, y lo peor de él no se ha visto todavía, como un grupo de radicales en su círculo interno que alimentan su radicalismo contra México, al que consideran un “estado fallido” donde tienen que intervenir militarmente. Sheinbaum ha estado normalizando las amenazas y las ha minimizado, pero ayer, con la felicitación, parece haber corregido ese camino.
Entró en la lógica mundial que ve en Trump un político impredecible y mercurial, y en la rápida reacción de aquellos líderes de países amenazados por su regreso a la Casa Blanca, e hizo a un lado el recuerdo de López Obrador con Biden y felicitar a Trump. No fue políticamente incorrecto o imprudente. Fue inteligente y sirve como acción preventiva por lo que viene, una relación compleja y difícil con un presidente que tiene una alta iniciativa, y que toma decisiones sin consultar ni consensuar.
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