El artista
A fines del año pasado el Antiguo Colegio de San Ildefonso presentó una exposición de Sergio Hernández. Una muestra que iluminó la llegada del 2024, año en que una mujer se convierte en Presidenta de México.
Una monográfica en ese lugar es un acontecimiento significativo para cualquier artista, dado que el inmueble conserva, resguarda y exhibe las obras que representan el ingreso de México a la Historia del Arte del Siglo XX: los murales de Rivera, Orozco, Siqueiros, Fernández Leal, Revueltas, Pacheco y Charlot.
No hay duda que Sergio Hernández pertenece al Olimpo de los autores mencionados, su prestigio se consolidó en las dos últimas décadas del siglo pasado; en el presente lo ha seguido depurando con imaginación, delicadeza y humor. Es dueño de un lenguaje propio en que resuenan los ecos que lo han alimentado: las tradiciones de su natal Oaxaca y las que ha absorbido en sus travesías por el mundo.
En un país con las desigualdades del nuestro, Sergio Hernández es un ejemplo de un hombre hecho a sí mismo, un autor exitoso sin el hombro de una galería, un artista comprometido socialmente y generoso, donó a la UNAM un mural para la Unidad de Estudios Superiores Aragón, que se ubica en una de las zonas más vulnerables y menos favorecidas de la capital.
A sus 67 años, Sergio Hernández es uno de los artistas mexicanos más importantes y vitales de nuestros días, parte de esa elite de celebridades del arte que incluye a Gabriel Orozco, Mario García Torres, Pablo López Luz y la lista se cierra quizás con otro nombre más. Su exposición en San Ildefonso lo re-confirmó como tal.
La exposición
La muestra reunió obra realizadas entre 2010 y 2023, si bien como conjunto no convencía del todo, sí lo hacía al incluir obras que ejemplificaban con creces la valía de su autor y el momento pleno por el que pasa actualmente.
Estas últimas obras, solo un artista que ha cruzado los infiernos de la vida muchas veces es capaz de entregar-ofrecer estas ofrendas a sus semejantes como un consuelo ante los horrores cotidianos. Pienso en piezas de la larga serie negra con sus delicados esgrafiados y finas líneas blancas, en las inmensas telas en las que la sexualidad es lo único que permite subir al cielo a los más, y en el reconfortante encuentro con la luz-esperanza que emana de las maderas cubiertas de oro.
El color es también protagonista clave en la obra de Hernández y lo maneja con maestría: sus azules, rojos, amarillos, verdes y grises son su marca personal. No pueden obviarse las dimensiones que resuelve con acierto, lo mismo en una hoja de libreta que en telas y otros soportes, los plomos, para las que los espacios del museo resultaron pequeños.
En esas obras de Sergio Hernández reverbera el alma de las culturas milenarias de su natal Oaxaca que siguen vivas y dialogan con el espectador que se siente arropado por lujo de sus textiles, se maravilla por el virtuosismo y creatividad de su gente, se deslumbra por el oro de las iglesias y los destellos de las joyas que lucen sus mujeres, y vislumbra hasta las desbordantes y exageradas fantasías de los muxes. Porque todo eso y más anida en su quehacer artístico.
La muestra incluyó también pequeños frescos, portafolios de gráfica, fotografías intervenidas y un conjunto de libretas, una fechada antes del lapso ya citado, data de 1985. Ante los conjuntos sobre Benito Juárez y Pinocho se antoja una tete a tete con los realizados por Francisco Toledo. Es decir, la exposición de SH deja puertas para el futuro, por las que deberán ingresar curadores e instituciones que la acerquen a las nuevas generaciones no solo de mexicanos.
La museografía no acertó al exhibir las fotografías, en vitrina sin paspartú; las libretas, la tecnología actual permite acceder a su interior, a su contenido sin un alto costo; los plomos, necesitaban más espacio entre si y en la sala que los acogió; y la inmensa tela en rojos, no merecía que se colocara en un sitio que la convertía en batea al doblarle los límites al lienzo para que entrara en tan reducido espacio.
Con todo y ese maltrato la obra sale airosa, bien librada y hechiza-seduce al espectador que se rinde ante su magnificencia.
El catálogo
La publicación, como la muestra, es monumental y la profusión de textos institucionales, cuatro de una misma dependencia, habría hecho enojar a Doña Raquel Tibol en este su olvidado centenario. Los autores son Miguel León Portilla, Roger Bartra, Luis Rius Caso, Jesús Silva Herzog, Teresa del Conde, Jaime Moreno Villareal, Adriana Malvido, Federico Gómez Pombo y Marisol Espinoza Téllez. El diseño es de Ricardo Salas.
El catálogo reproduce con bastante calidad las 143 obras que se exhibieron, además de algunas tomas, lamentables, dedicadas al mural de Aragón. Los textos más iluminadores corresponden a León Portilla y Gómez Pombo, sobre la correspondencia entre Sergio Hernández y Espinoza Téllez, y los comentarios de ella son muy sutiles, eruditos, poéticos. Hay que señalar que la publicación no siempre alcanza la exquisitez y refinamiento al que llega el artista en sus mejores obras.
El catálogo documenta-registra la muestra, pero también ejemplifica que tres dependencias, la UNAM y las secretarías de Cultura federal y de la Cdmx, no estuvieron a la altura del artista: no hubo un curador como tal para la muestra, se desaprovechó el conocimiento y experiencia de Marisol Espinoza, quien ha permanecido al lado del artista desde hace más de 20 años y conoce como nadie su obra y trayectoria, y no se buscó a los autores que conecten la obra a las nuevas generaciones, tanto de especialistas como al público en general.
Confiemos en que el Secretario de Educación Pública, Mario Delgado, quien alcanzó a llegar cuando ya la presentación había acabado, pero se hizo de un ejemplar de la publicación, detecte en la misma lo que hacen, el trato, la falta de profesionalismo de las instituciones museísticas para con los artistas y su obra. Es también un desprecio por los visitantes que pagan el ingreso a las exposiciones.
No obstante, es un libro imprescindible en la bibliografía del artista; raro que no se incluya una semblanza biográfica y una fotografía de autor del artista, es también un recordatorio de que seguimos en deuda con él, que hace falta una muestra antológica que visibilice el lugar que ocupa-tiene Sergio Hernández en la Historia del Arte de México. Esperemos que pronto se salde ese pendiente que es no solo con el artista, sino con el público en general.