En su primer periodo en la Presidencia, Donald Trump desató una guerra comercial con China y México, acusándolos de muchos de los males que acontecían en Estados Unidos, entre ellos la migración ilegal y la pérdida de empleos en las industrias manufactureras.
En su momento, a México Trump lo amenazó para exigirle detener las enormes caravanas de migrantes centroamericanos, a lo que el entonces presidente López Obrador respondió enviando al Ejército mexicano a frenar dichos flujos, para beneplácito de su homólogo estadounidense, quien después presumió haber conseguido una nueva patrulla fronteriza gratuita.
A China, Trump sí impuso primero aranceles del 25% y después del 50% a un gran número de productos de ese país. Biden no los eliminó y entonces se vino el gran flujo de inversiones a México que hoy conocemos como el nearshoring, reflejado en la reubicación de empresas de China a nuestro país.
Y aquí es donde salió el pero. Pareciera que el gobierno mexicano ha estado y está haciendo todo para no aprovechar esta tendencia.
Existen datos que demuestran que la inversión extranjera directa se frenó casi por completo ante el terrible aumento en la corrupción, la inseguridad y la falta de garantías y facilidades para la llegada de estos capitales.
La Reforma Judicial está convirtiéndose en el último clavo en el ataúd. Importantes calificadoras de riesgo país nos tienen ya en el límite inferior, a punto de degradarnos adonde pensábamos que nunca volveríamos a estar.
Desde aquel error de diciembre de 1994 nos habíamos malacostumbrado a no tener crisis económicas, y a finales del sexenio recién terminado, habíamos tenido un peso fuerte, tal cual nos pasó con Salinas.
Estamos viviendo tiempos difíciles y Trump llega nuevamente a la Presidencia de Estados Unidos poniéndonos un apretón en el cuello: o frenamos el comercio con China, el flujo de inmigrantes y de fentanilo a su país, o nos coloca aranceles que nos llevaría a una situación aún más compleja.
La presidenta Sheinbaum tendrá que tomar decisiones importantes: seguir coqueteando con Oriente o atender a nuestro mejor cliente, Estados Unidos.
Pero ninguna solución vendrá desde arriba. Ella no mejorará radicalmente nuestras vidas; eso nos toca a nosotros. Las crisis son también oportunidades para reinventarnos. La pregunta es ¿en qué nos reinventamos?
Las dos horas de fila para subirse al camión seguirán, igual que el tráfico en las horas pico; las noticias de la inseguridad y la corrupción. Los políticos también seguirán alejados de la población y sus necesidades. ¿Y nosotros qué?
¿Qué historia te quieres contar de ti mismo?, ¿la del victimismo?, ¿o la del héroe que nace en esta crisis?
El nearshoring ya se fue, deberíamos crear un me-shoring, es decir, acercarnos a nosotros mismos y pensar qué es lo mejor para nuestra familia, para nuestro ser.
¿Realmente te sirven de algo las horas en redes sociales y en memes que inviertes al día y en ver programas de entretenimiento y distracción a la media noche?
¿Y si una hora diaria la intercambiaras por aprender otro idioma o una habilidad nueva?, ¿estaríamos, después de un tiempo, hablando de la misma persona?
Hace 40 años mis padres me dijeron tenía que aprender inglés para aprovechar las oportunidades. Hoy sigo viendo cómo la población mayoritariamente no lo hace. Y si China y Rusia son nuestro nuevo gran socio según la 4T, ¿quién está aprendiendo los idiomas de esos dos países para capitalizar las oportunidades que se vienen?
Hay muchas áreas donde las empresas flaquean. Existen muchas necesidades. Te invito a que abandones el victimismo, dejes de esperar que la presidenta nos resuelva nuestros problemas, y tomes acción.