El poeta sonorense Abigael Bohórquez (Caborca,1936-Hermosillo,1995) mantuvo una relación con su homólogo regiomontano Andrés Huerta (Doctor Arroyo,1933- Monterrey,2001) en los años 60 del siglo pasado.
Lo anterior lo da a conocer Gerardo Bustamante Bermúdez en su más reciente libro titulado “Abigael Bohórquez. Correspondencia” que fue sin duda el acontecimiento literario en la pasada y deslucida Feria Internacional del Libro del Zócalo, que no lo incluyó en su programa de presentaciones que privilegió la zalamería política sobre lo humanístico.
El volumen reúne la correspondencia de 1956 a 1993 del también ensayista, dramaturgo y gestor cultural con José Emilio Pacheco, Griselda Álvarez, Dionisio Morales, María del Mar, Gonzalo Utrilla y muchos otros. Además de Andrés Huerta hay dos personajes más entre esas cartas: Miguel Covarrubias y César Isassi, este último originario de Reynosa.
La relación de Covarrubias e Isassi es distante, un mero trámite burocrático: son cartas-invitación-solicitud al sonorense a participar en Apolodionis, la revista de la Universidad Autónoma de Nuevo León, que dirigían los remitentes, quienes dejan en claro las dificultades económicas que pasaban para sacar la publicación, quizás para no retribuir las colaboraciones.
En cambio, entre Abigael Bohórquez y Andrés Huerta el tono es otro: amistoso, cercano, íntimo. Es muy posible que se hayan conocido por los recitales de poesía que el primero organizaba para una dependencia cultural de la SRE y en los que participó el segundo. Ambos andan en los 30, pero establecen una complicidad personal, entre poetas.
El regio confiesa al sonorense el 24 de noviembre de 1966: “Tengo tantos deseos de salir de aquí, luego el ambiente me asfixia” en Monterrey. “Sigo con Bola. !Ay¡, Abiga, que deseos de volar…” Al tiempo que solicita, pide “un favor de cuate, una nota” introductoria para su primer poemario: Difícil tránsito. El cuadernillo, como lo describe, está por entrar a imprenta.
El sonorense llama al regio “poeta tierno y lúcido”, en diciembre del mismo año, desde Tlatelolco, lo elogia “tu lenguaje intuitivo nos expresa y describe tus más íntimas vivencias”, pero le advierte con firmeza “quiero que sepas esto: recuerda sobre todo tu única patria: el poema. Tu única orilla patriarcal: el verso. Y tu solo destino: la poesía”. ¿Será el favor que solicito el regio?
Por último, a mediados de la primavera, en mayo, quizás también 1967, Andrés Huerta suplica: “Abigael, no dejes de escribirme. Presiento una íntima amistad que se debe cultivar. Recuerda que solo vivimos una vez y que no hay que mal gastar el tiempo… una amistad es la correspondencia mutua de sentimientos: gustos, deseos, metas, optimismo y desoptimismo; miedo, coraje, violencia y gusto por sabernos vivir”.
Y se despide “recibe un saludo amplio, ancho, largo, profundo, grande, grandote, como la montaña, como el árbol más grande, como el río más chingón, como la cordillera más larga, como el grito más sentido… un saludo como la piel que más quiero, un saludo como el poema que más me gusta, un saludo como el dolor que causé a mi madre cuando me vino al mundo, un saludo como cuando recibí la primera gota de amor…”
El libro de Bustamante Bermúdez, publicado por la Universidad Autónoma de la Ciudad de México no incluye más cartas entre ellos, por lo que no sabemos si el contacto siguió después de 1967.
Es posible que su amistad continuara, ya que dos años más tarde un poema de Abigael Bohórquez se publica en Cathedra, la revista estudiantil de la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL, flanqueado por versos de Horacio Salazar Ortiz y Andrés Huerta.
Si dejaron de hablarse-tratarse o no, lo cierto es que la poesía siguió acercándolos, juntándolos, reuniéndolos. Y por la poesía están unidos en nuestros días: Andrés Huerta y Abigael Bohórquez, o viceversa.