Retos ambientales tan diversos como la mala calidad del aire, el desabasto de agua, las islas de calor y la pérdida de hábitat para especies tan carismáticas y emblemáticas para el norte de México como el oso negro (Ursus americanus) o el águila real (Aquila chrysaetos) y el jaguar (Panthera onca), son algunos eco-síntomas que hoy enfrentamos en la Zona Metropolitana de Monterrey y los paisajes naturales que la rodean.
Resolverlos no es una tarea fácil. Nuestro impacto en ellos a lo largo de más de un siglo no se reduce de la noche a la mañana, y es un reto qué abordar de forma colectiva y consciente con una visión de largo plazo.
Durante años hemos convertido nuestros ecosistemas en egosistemas centrados en un modelo de desarrollo urbano ilimitado y desordenado que prioriza la productividad y la movilidad en cuatro llantas.
¿Qué pasaría si los más de cinco millones de personas que habitamos el territorio de la metrópoli regia nos transformásemos en personas bio-lógicas? Es decir, seres humanos que actúen con información basada en ciencia para sanar las heridas de este sistema vivo que nos brinda sustento y que, con nuestro modelo de vida urbano, hemos olvidado.
Y es que, a futuro, no hay otra opción si queremos prosperar y favorecer las oportunidades de vida para las siguientes generaciones. Por ejemplo, ¿por qué nos importa tanto que el aire esté limpio? Porque de eso depende en gran parte nuestra salud y calidad-esperanza de vida. Cuando contaminantes del aire tienen presencia en nuestro día a día, nuestra vida se acorta.
Veámoslo en cifras: si hubiéramos logrado como ciudad reducir los niveles de contaminación por partículas finas suspendidas en el aire (PM2.5) hasta alcanzar la recomendación de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que es de 5 microgramos por metro cúbico como promedio anual, hubiéramos evitado alrededor de mil 700 muertes prematuras en el año 2021, es decir, pérdidas de vida que suceden antes de la edad promedio de muerte en una población determinada.
Esto por enfermedades asociadas con la exposición a PM2.5, como la diabetes, enfermedades pulmonares obstructivas crónicas, cardiopatía isquémica, enfermedades vasculares cerebrales, infecciones respiratorias bajas, cáncer de pulmón, tráquea y bronquios, o desórdenes en la etapa neonatal, es decir, en las primeras cuatro semanas de nacido de un bebé. (Institute for Health Metrics and Evaluation, GBD 2021).
Estos mismos estudios señalan que la ganancia de expectativa de vida podría ser de dos años, es decir, que podríamos vivir dos años más en promedio como individuos, si respiráramos un aire limpio en la Zona Metropolitana de Monterrey. (Air Quality Life Index, 2021).
La mala calidad del aire provoca además efectos graves en nuestro entorno natural, por ejemplo, una menor diversidad, abundancia y riqueza de especies importantes como polinizadores y plantas.
Ahora que la ciencia nos hace ver que la contaminación del aire degrada nuestra salud y nuestro entorno, vamos abriendo el panorama de interconexión entre los distintos eco-síntomas que presenta nuestra metrópoli. Estas heridas no están aisladas, y no existe una solución perfecta para cada una.
Las soluciones son compartidas, y por ello es urgente abordar de manera integral la Salud Ecológica Regional (SER), un término que debiera estar presente en todas nuestras decisiones sobre desarrollo.
Los ecosistemas, el agua, el aire, el suelo y la biodiversidad que rodean las ciudades, brindando servicios hídricos, atmosféricos, alimentarios y de esparcimiento, son determinantes para brindarnos un futuro próspero. Conservarlos íntegros y funcionales dependerá de nuestra participación ciudadana en todos aquellos procesos públicos y privados en donde tengamos el derecho y capacidad de elegir para asegurar que nunca nos falte SER.