Alguien debió haberles avisado a los argentinos que Estados Unidos no tiene amigos, sino intereses. Y aunque se podría argumentar que la razón de que la Casa Blanca haya destinado ya US$40,000 millones al gobierno de Javier Milei (y abrirle una nueva línea de crédito destinada al mercado de deuda soberana), se debe a que el vociferante mandatario sudamericano comparte la ideología ultraderechista de Donald Trump, quien, se anticipa, no dilatará en cobrar el rescate.
Al borde del abismo
A lo anterior hay que sumar otros US$20,000 millones que en abril le otorgó el Fondo Monetario Internacional (FMI) bajo muy duras condiciones, tan solo para salvar a la economía argentina, que está al borde del abismo. Estos US$60,000 millones, en total, representan un salvavidas ante la escasez de reservas de divisas de su Banco Central, insuficientes para cubrir los servicios de deuda del país andino, con lo cual su débito total ha alcanzado US$450,000 millones. Tal vez no sea tarde para advertirle al pueblo argentino que Estados Unidos nunca pierde, y cuando va perdiendo, arrebata.
La crítica situación en materia de deuda no es privativa del país de las pampas. De acuerdo con la organización de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD), los países pobres se hunden cada vez más en una crisis de desarrollo agravada por sus deudas, las cuales se han cuadruplicado en dos décadas, alcanzando la cifra récord de US$11.4 billones en 2023, equivalente al 99% de sus ingresos por exportación en dicho periodo.
“El aumento vertiginoso de los pagos de intereses está presionando los presupuestos y obligando a los gobiernos a elegir entre pagar a los acreedores y financiar servicios esenciales”, establece la UNCTAD. Tal situación se debe, afirma, al incremento del endeudamiento para proyectos de desarrollo, la volatilidad de los precios de las materias primas, el aumento del déficit público y a los grandes préstamos solicitados para compensar las consecuencias económicas y financiar medidas de salud pública por la pandemia de COVID-19.
Apuntes de un subgobernador
Trump anda repartiendo dólares a las naciones neoliberales libertarias, aunque no ‘alumbre en su casa’. Resulta que su deuda se ubica en la cifra récord de US$38.3 billones, según el último informe del Departamento del Tesoro, el FMI y el World Economic Outlook.
El ritmo de crecimiento de su deuda ha sido espeluznante: mientras en enero de 2024 alcanzó US$34 billones, en noviembre del mismo año había escalado a US$36 billones, lo que representa un aumento de US$69,713.82 por segundo, durante el último año, calcula el Comité Económico Conjunto.
Y aunque el senador Ricardo Anaya del PAN se desgañite afirmando que la deuda actual de México no se ha visto en los últimos 200 años, lo cierto es que ésta debe medirse en función de su relación con el PIB y, sobre todo, en la capacidad de pago de la nación.
“Esta afirmación, aunque muy pegadora, es engañosa y, en esencia, falsa”, sostiene el exsubgobernador del Banxico, Gerardo Esquivel.
Si no, que le pregunten a Japón cuya relación deuda pública/PIB es la más alta del mundo con 242%, pero cuya solvencia nadie puede poner en duda. Ahí está también Singapur, que presenta una relación de 173% con respecto al PIB, sin que transite con dificultades económicas.
Siendo este indicador el más aceptado para reflejar el nivel de endeudamiento de una economía, hacia finales de 2025, la deuda pública mexicana (medida por el Saldo Histórico de Requerimientos Financieros del Sector Público) se ubicará en el 52.3% del PIB.
“Esto implica un incremento de la deuda de 20%, con respecto a su nivel de 2018. La deuda pública habría aumentado a un ritmo de 1.24 puntos del PIB por año durante los siete años de gobiernos de Morena; mientras, en la gestión de Peña Nieto, hubo un ritmo de endeudamiento de 1.33 puntos del PIB por año y durante el gobierno de Felipe Calderón de 1.23 puntos”, aclara el economista Gerardo Esquivel.
