El artista mexicano más reconocido y prestigiado dentro y fuera de nuestras fronteras, el autor al que han arropado los tres grupos político-económicos que han dirigido-manejado los destinos de México durante los últimos 50 años: Gabriel Orozco, presenta una gran exposición en el Museo Jumex.
Extraña e irresponsablemente publicitada como si se tratara de una primera antológica en la CDMX, “Politécnico Nacional”, título de la muestra, incluye 300 obras que se distribuyen por todo el inmueble diseñado por David Chipperfield, Premio Pritzker 2023.
Aunque no deja de ser verdad que, para al menos la generación que ronda los 20 años de edad, es-será su primera gran oportunidad para acercarse a un conjunto tan vasto y que abarca un lapso que va de 1990 al presente, es decir 35 años.
Comisariada por la historiadora y crítica de arte británica Briony Fer, con la participación cercana del artista, la exposición presenta las obras más celebradas, las icónicas, las prestigiadas, las que han colocado a su autor en el podio de la élite global del arte, una posición que en México no se aprecia ni valora en su dimensión propia, sino más bien es todo lo contrario, campo fértil para la envidia, la politización y el resentimiento.
Las fotografías “Aliento sobre piano” “Perro durmiendo” y “Caballo”; la “Caja de zapatos vacía”, célebre desde la Bienal de Venecia, y la segunda versión de la “LD”, un auto de fabricación francesa que se llegó a vender a principios de la segunda década del siglo pasado en México, todo de los años 90.
La gigantesca escultura titulada “Dark wave” (Onda Obscura) de 2006 y “Anima” de 2023-24, una pintura de dimensiones considerables que recrea un relieve prehispánico; son algunas de las obras que se pueden ver en el también icónico edificio de Miguel Cervantes de Saavedra 303.
Las piezas antes mencionadas permiten, además, ubicar el contexto socio-político en que fueron realizadas; las de los 90 son del inicio del desmoronamiento del PRI, cuando su alta burocracia cultural le otorgó un primer reconocimiento al artista; el esqueleto data de la llegada del PAN a Los Pinos y su necesidad del legitimación social ante su incapacidad para generar un cambio real.
Se llegó incluso a decir que la más encumbrada funcionaria cultural del gabinetazo vendía la obra del veracruzano; y la más reciente representa la llegada al gobierno de la izquierda, aglutinada en Morena, con un giro radical en la visión cultural y aplicación-distribución de los recursos del contribuyente que puso en contra hasta a los artistas simpatizantes.
Aunque hay que señalar que ese derrumbamiento de la infraestructura cultural empezó con la llamada alternancia en el poder, ya no fueron los mismos de siempre sino los recién llegados, las más de las veces sin experiencia, los que diseñaban e implementaban la política cultural.
La cercanía entre el poder político-socioeconómico y el artista ha beneficiado a ambos protagonistas, pero ha sido más redituable para los primeros y hay que decir al respecto que tradicionalmente ha sucedido así no sólo en el caso de Gabriel Orozco, y ejemplos hay muchos que ni caso tendría mencionar nombres, pero se trata de visibilizar esos nexos tan arraigados en nuestra cultura: José Luis Cuevas y Luis Nishisawa son un buen ejemplo, el primero en la CDMX y el segundo en la entidad más poblada del país.
Sin embargo, no hay que pasar por alto que la propuesta conceptual-estética-filosófica de Orozco ya era, es decir ya gozaba de aprecio y reconocimiento tanto local como en el extranjero, cuando los políticos se acercaron a él.
Empezó a exhibir su obra durante el primer lustro de los años 80 del siglo pasado y en 1987 se ganó un reconocimiento en la desaparecida Sección de Espacios Alternativos del INBA. A la fecha raros-pocos son los artistas mexicanos que pueden gozar de tal aprecio y consumo fuera del país, incluidos los que tienen el Premio Nacional de Arte.
Asimismo es histórica, entiéndase lógica, aunque más politizada que auténtica, la reacción de quienes quedan fuera de los siempre escasos recursos que el gobierno destina a las artes y sus creadores; es decir que en la contra no se analiza los proyectos ni su beneficio social, sino que hipócritamente se exhiben las problemáticas sociales que han estado allí siempre con tal de tirar un plan como el pabellón de Renzo Piano, Premio Pritzker 1998.
Más que a Orozco a quien se pegó fue a la 4T y de paso se privó a la ciudad y sus habitantes de una obra que incrementaría la oferta de ocio y cultura en el Bosque de Chapultepec.
Salvo la poeta Guadalupe Pita Amor, quien le regresó un auto a Miguel Alemán Valdés porque ella no tenía chofer, “al Presidente no se le dice que no”, le espetó la periodista y política de la 4T a sus colegas que la asediaban con preguntas sobre los motivos para aceptar un consulado en un país árabe del cercano Oriente.
Pero volvamos a la muestra en el llamado Nuevo Polanco, hay piezas que nunca se habían visto en el país, como “los papeles” colgados que el artista realizó con los desechos que deja el secado de la ropa en la maquina secadora.
De esta obra hay una carpeta con un set de 12 gráficas de las que lamentablemente solo se exhibe un grabado, el número 3 de la carpeta 8.
Antes de llegar a las piezas grises, el color de la pelusa y materia prima de las mismas, se pasa antes por debajo de un tendido de exquisitos, finos y coloridos papeles (parecen la enramada de una florecida bugambilia), ambas piezas parecen aludir-exhibir nuestra idiosincrasia, ese descuido tan nuestro ante, por ejemplo, los papeles picados que se colocan en las calles durante los días de fiesta o las luces de Navidad, unos y otras se quedan instalados hasta que el polvo y la monotonía impiden que reparemos más en esos adornos.
En obras como las de Gabriel Orozco (Jalapa, 1962) y otros artistas, muchas veces realizadas con elementos encontrados por azar, la jerga del medio los llama residuos, la museografía, el montaje tiene-juega un papel determinante en su encuentro con el espectador y en “Politécnico Nacional” no siempre se acierta en su presentación, por momentos se percibe una saturación, un exceso de piezas que impide una lectura clara, directa, sin obstáculos.
Es una falla que amenaza con regresarlas a su origen, es decir casi las vuelve desechos-triques sobre todo en los niveles 1 y 2. Ante tal acomodo de obra no está de más preguntarse ¿qué tanto influyó en ese resultado la cercanía-presencia de artista en el proceso curatorial y museográfico?
En la primera galería se muestra un amplio conjunto de piezas de la extensa serie, “Árbol del samurái”, misma a la que pertenece el cuadro que el gobierno de Enrique Peña Nieto confiscó a la profesora Elba Esther Gordillo y que ella regresó sin certificado por lo que se exhibió como “atribuido a ...” pero, eso sí, con un par de guaruras al lado que impedían a los visitantes hacer fotografías.
Por cierto ¿dónde quedaría ese Gabriel Orozco que en el 2019 se presentó en el espacio cultural que el SNTE tiene en la Plaza de Santo Domingo? Su Alteza Real la Princesa de Jordania prestó a la muestra en Jumex una obra de ese mismo conjunto que también gustó a la Maestra.
Otras obras en exhibición proceden de particulares e instituciones extranjeras y nacionales. Boris y Rocío Imaz, el Muca de Los Ángeles, el Centro Pompidou, los museos Amparo y Tamayo, y desde luego el espacio anfitrión son algunos de los coleccionistas participantes.
El montaje en las galerías mencionadas no dista mucho de cómo se visualizan los promocionales de la exposición en algunos puntos de la ciudad; por ejemplo, en el tope de Horacio con Periférico, donde las obras en una pantalla se integran al entorno de los numerosos puestos de comida que alimentan a los empleados que laboran en esa zona de alta plusvalía de la capital, la escena parece una instalación en el espacio público; pero ojo, es también la caótica-triste cotidianidad que el artista lleva al museo sublimada-poetizada y no exenta de humor e ironía , pero en este último lugar se requiere de cierta distancia-espacio entre las obras, una colocación muy calculada y una adecuada-perfecta iluminación para que no se nulifique-reste su impacto.
En el mezzanine las obras lucen-potencian mucho mejor, hay más tiro visual para su apreciación y disfrute, sobre todo con el esqueleto intervenido del 2006, aunque no pasa lo mismo con las piedras talladas distribuidas a ras del piso, allí es complicado apreciarlas, algunas recuerdan otras piezas del autor (los calcetines, por ejemplo), unas más las calabazas prehispánicas y hasta el erotismo y la sensualidad de las esculturas fálicas de nuestros antepasados.
En cambio, los 185 balones de la colección de la UNAM, con los que se abrió el eco, se potencian muy bien en esa esquina, en la intersección del inmueble que mira al teatro y la torre blanca.
A los balones les va bien el piso, pero a las piedras las minimiza. Es lamentable que en las cédulas de muchas de las fotografías en color se diga que su técnica es “Impresión en plata sobre gelatina” cuando se trata en realidad de procesos en color que no se especifican. Se omite además el número correspondiente a su edición controlada, numerada, seriada.
En el sótano de Jumex se presenta lo que parece ser la respuesta del artista a quienes criticaron y se manifestaron contra él por su cercanía y colaboración con el gobierno de Andrés Manuel López Obrador; es un video un tanto ofensivo como celebratorio que se refuerza con los paneles explicativos, en realidad una semblanza curricular, que lo rodean y donde entre otros aspectos se dice que el artista cuenta con 52 publicaciones que avalan y documentan su reconocida y prestigiada trayectoria.
Habría que analizar-reconsiderar la participación del artista con la 4T como una responsabilidad ciudadana, una acción social que históricamente ha caracterizado a muchos autores mexicanos y que en el caso del gobierno de AMLO la mayoría de los intelectuales evadió como un claro desprecio a sus compatriotas menos favorecidos, los más, aunque también hubo privilegiados que lo votaron y llevaron al Palacio Nacional.
Por cierto, la exposición incluye el plano del plan maestro para el Bosque de Chapultepec y cuya primicia expositiva se realizó nada más y nada menos que en La Mañanera.
La selección que se exhibe en el Museo Jumex permite al espectador el encuentro con obra de carácter intimista, por su formato pequeño, y colectivo, la que se coloca en lugares públicos y con la que a veces se puede interactuar, la mesa-estanque de ping-pong, por ejemplo.
Hay en ese corpus de obra reminiscencias duchampianas, muralistas, poveras, minimalistas e incluso prehispánicas, es decir la tradición que permite avanzar-innovar a un autor con una formación académica, no son ocurrencias sino en el menor de los casos exhortos a reflexionar sobre nuestro contexto.
Hace falta todavía la lectura-mirada local, es decir una curaduría, una exposición a Gabriel Orozco por sus compatriotas, una muestra que incluya también su obra temprana, sobre todo la pintura de los años ochenta que a la fecha sigue excluida, marginada.
Hay que reconocer que el museo de Eugenio López presenta la exposición de Gabriel Orozco como corresponde a un artista de su nivel con un catálogo, aunque un tanto modesto la verdad, pero que tiene una versión sintetizada en un cuadernillo más económico; el primero se agotó en menos de un mes.
La publicación registra la segunda curaduría de Brioney Fer sobre el artista mexicano, la primera fue en 2013 en el Reino Unido. Se realizaron también varios carteles-posters, prendas de ropa y una gran cantidad de souvenirs (pins, agendas, bolsas…) de las obras icónicas que se muestran. Un profesionalismo mercadotécnico en el arte nada frecuente en nuestro medio al igual que la estrategia implementada para su promoción que se expande por diversos puntos geográficos de la CDMX, salvo en el Metro.
A lo dicho hay que añadir que “Politécnico Nacional” no es sólo una oda a la genialidad, imaginación y talento de Gabriel Orozco a sus 63 años de edad, sino que ejemplifica las fuentes en que han abrevado las nuevas generaciones de artistas, sobre todo los más jóvenes como Matías Rocha, quien aún no nacía cuando el veracruzano empezó su carrera, y hoy llama poderosamente la atención con su trabajo tras su debut en una colectiva en París en 2023.
Una influencia que también ha permeado la gestoría cultural y el consumo del arte, solo hay que darse una vuelta por museos y galerías para constatarlo, casi todo se parece a lo que él ha hecho.
¿Se atreverá el gobierno de Claudia Sheinbaum, la primera mujer Presidenta de México, a otorgar el Premio Nacional de Arte a Gabriel Orozco? Los méritos el artista los tiene y en demasía.
¿Habrá voluntad política en el Segundo Piso de la 4T? Ya lo sabremos. Orozco es también un refinado coleccionista de arte popular, hace años se vio en el Carrillo Gil una pieza de su acervo: un traje infantil de charro con botonadura de plata. La Presidenta sale en el video antes mencionado.
Mientras, la exposición en el Museo Jumex permanecerá hasta agosto próximo, y hay que destacar que la entrada es gratuita. No está de más reiterar que Gabriel Orozco es un clásico del circuito artístico local y global al que la polémica que lo rodea sólo le hace lo que el viento a Juárez: una presencia más recia y siempre cercana.
Es una celebridad mediática porque en eso convierte nuestro tiempo a artistas y deportistas, y ya casi un adulto mayor que desde hace más de tres décadas es, por derecho propio, uno de los grandes Maestros del arte mexicano.