Este año se cumplen 80 años del descubrimiento y liberación del campo de concentración de Auschwitz por los ejércitos aliados, en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial. Aquellas imágenes y relatos sacudieron al mundo, revelando la magnitud de la crueldad del régimen nazi. La maldad se había convertido en un modelo operativo, donde las vidas humanas fueron reducidas a simples piezas de una maquinaria de muerte.
A ocho décadas de aquella atrocidad, en México, el pasado 5 de marzo se descubrió un rancho utilizado por un cártel del crimen organizado en Jalisco. Las imágenes que circularon nos enfrentaron a una realidad aterradora, y recordaron a aquellas vistas hace 80 años en los campos de concentración nazi: ¿En qué momento llegamos a esto? ¿Cómo es posible que tantas personas caigan en las redes del crimen organizado, y sean usadas como simples peones desechables?
Miles de familias en México lloran la ausencia de un ser querido, víctimas de las industrias más letales y lucrativas de las últimas dos décadas: el narcotráfico, la delincuencia organizada y la trata de personas. Otras tantas lloran a quienes murieron en el intento de combatir estos negocios ilícitos. En 2024, se registraron 383 ataques contra el Ejército por parte del crimen organizado.
Obtener cifras exactas es complicado, pero el Registro Nacional de Fosas Comunes y Clandestinas estima que entre 2005 y 2025 desaparecieron 310 mil personas. De ellas, más de 111 mil siguen sin ser localizadas y alrededor de 15 mil fueron encontradas sin vida. La prensa ha documentado más de 3,000 fosas clandestinas.
Frente a este horror cotidiano, es natural que busquemos protegernos emocionalmente. Sigmund Freud describió el mecanismo de negación como una forma de resguardarnos del dolor, pero hoy, en México, esa negación nos paraliza. La normalización de la violencia no sólo anestesia nuestra conciencia; también erosiona nuestra empatía y mina nuestra capacidad de exigir justicia.
No podemos permitir que el horror se convierta en paisaje. Debemos resistir la apatía y defender la dignidad de quienes han sido víctimas. Cada historia merece ser contada, cada pérdida merece ser llorada, y cada crimen merece ser castigado. La exigencia de investigación y justicia no es una opción, es una responsabilidad.
Una primera tarea urgente es demandar un plan nacional, coordinado entre la Federación, los estados y los municipios, que frene el flujo de nuevos reclutas a las filas del crimen organizado. Según un estudio publicado en 2023 por la revista Science, la manera más efectiva para reducir la violencia en México es impedir el reclutamiento de las 350 a 370 personas por semana que los cárteles requieren para mantener su operación. Sin este constante suministro de mano de obra, los cárteles perderían capacidad operativa y su poder se debilitaría.
Enfrentar la violencia con más violencia ha sido inútil. Por eso, desmantelar instalaciones como la de Teuchitlán es sólo un paso. Es imprescindible diseñar e implementar mecanismos efectivos para ofrecer alternativas reales a quienes hoy ven en el crimen la única opción.
México no puede esperar un día más para parar esta espiral de violencia y atrocidades. Exigir justicia, proteger a las comunidades y generar oportunidades para nuestros jóvenes no es sólo una declaración de principios; es una estrategia para la paz. Que la indignación no nos paralice, sino que nos impulse a construir un México donde la violencia deje de ser el horror nuestro de cada día.