Recién acaba de regresar el Gobernador de un viaje para promover nuevas inversiones a Nuevo León y ha anunciado posibles nuevas empresas que se instalarán en el futuro en nuestra entidad.
Sin embargo, debemos tener una conversación seria y urgente, Nuevo León ya no aguanta más inversiones sin planeación. Durante años, hemos sido el motor industrial del país, una tierra de oportunidades para quienes buscan trabajo, crecimiento y dinamismo económico. Pero ese éxito ha tenido costos, y hoy estamos ante el límite. Ya no podemos permitirnos seguir creciendo a costa de la calidad de vida de la gente.
Nuestra zona metropolitana es una de las más contaminadas de México. Los días con mala calidad del aire no son la excepción, sino la norma. Vivimos con alertas ambientales constantes, hospitales saturados por enfermedades respiratorias y generaciones de niñas y niños que crecen sin conocer lo que es respirar aire limpio. Si a esto sumamos la crisis hídrica que no termina de resolverse, los cuellos de botella en movilidad, la saturación de servicios y la inseguridad en ciertos sectores, el panorama es claro: no es que estemos en riesgo de colapso, es que ya estamos ahí.
Las inversiones siguen llegando, sí, pero ¿a quién benefician? Es hora de preguntarnos si ese crecimiento económico está llegando de forma pareja a todas las familias. En muchas colonias populares, la pobreza, la precariedad laboral y la falta de oportunidades siguen siendo el pan de cada día. Las nuevas plantas industriales generan empleos, pero si no se acompañan con vivienda digna, transporte eficiente y servicios públicos de calidad, el efecto neto puede ser más desgaste que bienestar.
Recuerdo que a finales de los noventa, el TEC de Monterrey promovió el proyecto “Monterrey 2020”, donde se planteó una visión de ciudad ordenada, competitiva y sostenible. En aquel entonces se dijo que Monterrey debía ser la Houston de México. Hoy, en 2025, seguimos lejos de alcanzar esa meta. Peor aún, seguimos improvisando.
Necesitamos recuperar esa visión de largo plazo, pero esta vez con más ambición, construyamos el Nuevo León del 2040 inspirándonos en Singapur. No por su régimen político, sino por su disciplina estratégica. Allá no se toman decisiones al vapor, no se construyen obras para la foto ni se tolera la corrupción. Se invierte en lo esencial: gente, movilidad, innovación, educación. Se entiende que el desarrollo económico debe traducirse en desarrollo social.
En Nuevo León, instamos a una nueva gobernanza metropolitana que piense en toda el área con una sola lógica, una red de movilidad que sirva a todas las personas, reglas claras para nuevos desarrollos urbanos, estándares ambientales que protejan la salud y una política económica que deje beneficios visibles en todos los municipios, no solo en los más industrializados.
El reto es complejo, pero no imposible. La verdadera inversión que debemos perseguir es la que mejora la vida de todos, no solo los indicadores económicos. Hoy más que nunca, necesitamos visión, planificación y un profundo compromiso con las futuras generaciones. Porque si no corregimos el rumbo, el costo lo pagarán nuestras hijas e hijos. Y eso, simplemente, no lo podemos permitir, tenemos que cuidar el presente y futuro de Nuevo León.