Crónica regia II: la UDEM, el TEC y la UANL

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Escrito en OPINIÓN el

La fama de Monterrey no sería posible sin la creatividad, imaginación y talento de los cientos de profesionales que egresan de sus centros de enseñanza superior y contribuyen a su grandeza y progreso, y acrecientan la leyenda de una sociedad industrial económicamente poderosa que ha creado un entorno urbano que no se parece al resto del país.

Sobre la Universidad de Monterrey, el Tecnológico de Monterrey y la Universidad Autónoma de Nuevo León tratan las siguientes líneas, con la conciencia de que hay otros centros de enseñanza superior de igual importancia, pero que por falta de tiempo no fue posible visitar para esta crónica que se enfoca y busca privilegiar las artes en los tres espacios ya citados.

La Uni

El campus de la Universidad Autónoma de Nuevo León no es de acceso público restringido. Se ingresa libremente y se conserva decoroso. Está por abrir un nuevo y discreto edificio en la Facultad de Arquitectura. Sus estudiantes pueden llegar en Metro, realizar asuntos financieros en un Banorte y elegir entre un comedor escolar o utilizar un establecimiento de franquicia.

El relieve-mural de Federico Cantú en la fachada de la Facultad de Ingeniería sigue siendo el mayor atractivo en materia de arte del campus de la UANL, fundada en 1933, y solo la cercana biblioteca de Ricardo Legorreta le hace competencia. La Capilla Alfonsina cuenta con varios óleos de Saskia Juárez, con vistas de las montañas que rodean y abrazan la ciudad.

Sin embargo, la actividad cultural se concentra fuera de las instalaciones centrales, ubicadas en San Nicolás de los Garza. En el centro de Monterrey se localiza el Colegio Civil, sede principal para las exposiciones de arte. El inmueble cuenta con obras de Roberto Montenegro y Gerardo Cantú. Allí se presentó la colectiva “Crepúsculos que duran un instante. 200 Años de Artes Visuales y Poesía en Nuevo León”, organizada por la Pinacoteca de Nuevo León, que se aloja en ese histórico edificio desde el 2007.

Comisariada por el recientemente fallecido Xavier Moyssén Lechuga, con la colaboración de un equipo de profesionales entre los que se encuentran Sara López, Carmen Avendaño y el fotógrafo Roberto Ortiz, la muestra presenta un panorama de lo que han sido las artes visuales y la literatura regiomontana durante los últimos 200 años. La exhibición ejemplifica también los aportes de los migrantes al desarrollo de la región, las artes incluidas. Un gran número de los autores seleccionados son originarios de pueblos y ciudades vecinas, del Noreste pues.

La muestra incluye a la mayor parte de los autores citados en el Tomo III de la Biblioteca de las Artes, con algunas omisiones, lógicas en ciertos casos e injustificadas en otros, y añade alguna primicia a la historia. Entre los faltantes están Juan Caballero y Juan José González, dos artistas egresados de la UANL, ambos con una obra que representa una ruptura, entendiendo el término como un quiebre que oxigena el medio, en el panorama regiomontano de fines de los 80 y el primer lustro de la siguiente década del siglo XX.

La novedad: las tomas, las fotografías que hizo en el Monterrey de 1901 el magnate de la Kodak Eastman Company: George Eastman. Un hallazgo de Roberto Ortiz. En esta sección se incluye una fotografía de Juan Rodrigo Llaguno que deja en claro que a las 12 familias originales se han sumado las que hoy forman las parejas del mismo sexo. No hace mucho, la escritora y periodista Silvia Cherem comentaba que acudió a Monterrey al enlace de una pareja de mujeres. Un acierto: el mismo formato para todas las fotos que no son vintage o impresiones de sus autores.

“Crepúsculos que duran un instante” cuenta con su respectivo catálogo que se suma a la lista de publicaciones de la Pinacoteca de Nuevo León en su estancia en la UANL, una labor editorial que hay que destacar, ya que la mayor parte de las exposiciones realizadas contaron con una publicación que las documenta y registra para beneplácito de investigadores, historiadores e interesados en las artes. Un gran acierto en las casi dos décadas de una gestoría cultural de Elvira Lozano que deja la vara muy alta.

En breve, la Universidad regresará al Estado la Pinacoteca, que vuelve al Parque Fundidora. Confiemos en que el Colegio Civil, la UANL, siga ofreciendo a la comunidad estudiantil y a la sociedad regiomontana exposiciones con los niveles de calidad y profesionalismo como la que aquí se ha comentado. Las muestras de Geroca, Silvia Ordoñez, Arturo Marty, Mauricio Cortés y Cuauhtémoc Zamudio son parte de un compromiso social que no debe interrumpirse.

Se inicia un nuevo capítulo para la Pinacoteca del Estado y al Gobierno de Nuevo León y su Secretaría de Cultura les llega un reto que pone a prueba su compromiso con el arte y los creadores locales, regiomontanos y norestenses. Empieza otra historia en la Uni.

La UdeM

El campus de la Universidad de Monterrey, en los límites entre San Pedro Garza García y Santa Catarina, es también un museo de arquitectura y escultura. Su joya más apreciada, conocida y famosa: la Puerta de la Creación de Tadao Ando.

El edificio del Premio Pritzker 1995 es una especie de caja de concreto gris retorcida a la mitad para crear dos naves que se unen al centro. En cada uno de sus costados destaca su famoso e icónico muro plisado, que cita, recuerda y homenajea los finos y delicados textiles de otro japonés, Issey Miyake, así como de otros de sus proyectos en el Cercano Oriente. Los regios llaman a esa pared: la Vela.

En una de sus escasas declaraciones a la prensa, Margara Garza Sada de Fernández, la coleccionista y mecenas que hizo posible el primer edificio público en Latinoamérica de Tadao Ando, dijo al respecto haber solicitado únicamente: Haga algo que los estimule (a los estudiantes), que los ayude a fomentar su creatividad. Un encargo simple, pero difícil, que coloca a la regia al lado de la norteamericana Emile Rauh Pulitzer y la alemana Marianne Langen.

Y el exboxeador escuchó y cumplió lo solicitado con creces. Un recorrido por el Centro Roberto Garza Sada de Arte, Diseño y Arquitectura, como se bautizó el edificio, no deja dudas al respecto. El nombre del edificio honra la memoria del padre de la coleccionista y mecenas mexicana, pero es también una oda a la ciudad, a su industria cementera con presencia global, que produce el material que elige y caracteriza, la mayoría de las veces, la obra del arquitecto: el concreto.

Un discreto pasillo escalonado conduce al visitante al pórtico de entrada. Hay ecos de Luis Barragán, pero sin color. La vista frontal del edificio de seis niveles trae a la mente a otro mexicano, Teodoro González de León, y su torre pantalón. El acceso al interior es opcional: elevador o escalera; la segunda, mitad cubierta y mitad al aire libre. Ambas opciones conducen a aulas, galerías, auditorios y talleres. Cuenta también con patios para el sol, el aire y la lluvia, y balcones y ventanas para apreciar y disfrutar el entorno natural y urbano.

En el exterior, en la explanada, el visitante se detiene al centro del vértice que forma un triángulo. La sensación es la de cruzar un túnel con montañas a ambos lados, pero el hueco en ese arco repite las cicatrices que deja el progreso en la sierra de enfrente, en el Cerro de las Mitras. El cerro herido lo llama la pintora regiomontana Saskia Juárez en uno de sus cuadros. En esa zona es notorio que no se han encontrado todavía las plantas que se adapten a la sombra que genera la obra en esa área jardín.

El concreto suele ser, la mayoría de las veces, una pesadilla en los centros urbanos, pero en la UdeM, fundada en 1969, es una amable y placentera realidad ante obras como la de Tadao Ando y la escultura-site de Antony Gormley. Ambas comparten y poetizan el mismo material y su entorno. La primera tiene mucho de la segunda y esta de aquella. En la erección del edificio intervinieron hombres y mujeres provenientes de 10 países. Una discreta placa homenajea su talento y esfuerzo. Nada que ver esto último con los burócratas que exhiben su arrogancia en la escalera central del edificio de la SEP, hoy Museo del Muralismo.

Xavier Moyssén Lechuga coordinó en 2013 la publicación que registra el CRGS e incluye textos de Tadao Ando y Louise Noelle, y fotografías de Juan Rodrigo Llaguno y Roberto Ortiz, entre otros autores. Destacan en el libro los “bocetos-apuntes” del arquitecto, en uno pone y compara a Doña Margara con Frida Kahlo, así como la inclusión de los nombres de todas las personas que participaron para que fuera posible ese inmueble en la Universidad de Monterrey.

Cerca del CRGS se encuentran las esculturas de Manuel Felguérez, Dave Chihuly y el británico ya citado, nombres a los que hay que sumar a Fernando González Gortázar y Jorge Elizondo. No lejos quedan los edificios de Tatiana Bilbao y Bernardo Hinojosa. El pero a la tarde lluviosa en la UdeM fue la pérdida del paraguas; otro visitante al edificio de Tadao Ando se lo apropió y llevó. Hay que hacer cita para el acceso.

La Gate of Creation cuenta con apenas 12 años. Se ha integrado con dignidad al deteriorado entorno urbano que se ve a lo lejos y está rodeada, cobijada y abrazada por anacahuitas, ébanos y mezquites.

El Tec

El taxista sacó las alas y evitó los atascos viales que la lluvia incrementó. El arribo al campus del Tecnológico de Monterrey fue mucho antes de la hora programada para el ingreso y la visita al recinto-observatorio que alberga el land-art “Espíritu de luz” de James Turrell.

El tiempo ganado al tráfico deja espacio para recorrer el campus. Hay que negociar la entrada con un guardia poco amable que finalmente accede a consultar con un superior la solicitud. El jefe acude al portón con torniquetes, escanea con la mirada a quien solicita ingreso, pide identificación, anota el nombre en una libreta y cede el paso.

Impresiona la pulcritud de los pasillos, lo cuidado de los jardines que rodean el monumento con el que en 1993 se celebraron los 50 años de la fundación del Tec de Monterrey. Es una especie de portarretrato con una imagen de su fundador, Eugenio Garza Sada, tipo Chuck Close. Al lugar se acerca y vuela la parvada de ángeles del artista-ingeniero regio Enrique Canales. Más adelante hay un prado rodeado de árboles con mesas y sillas, y una gran pantalla que anuncia y ofrece las opciones de ocio y cultura para la Comunidad Tec. Por allí deambulan patos, ciervos y pavoreales.

A pocos metros se encuentra el memorial a Eugenio Garza Sada de 1978, autoría de Mathias Goeritz, una torre cúbica rectangular en color blanco que remata con una ventana en cada una de las caras superiores y en el interior una campana. Al pie de la torre hay una estructura que se inserta en una de las esquinas y crea una atmósfera de capilla. Posteriormente, este mismo elemento se replicó en el otro extremo de la obra original, pero separado de la misma para dar lugar a los nombres de los ganadores del Premio EGS, el emblema del galardón, una especie de llama, de Ivonne Domenge.

Esta obra escultórica de Goeritz es poco conocida fuera del ámbito estudiantil regiomontano. Las monografías de los especialistas en el artista alemán no la registran. Hace unos años, con motivo del centenario del polifacético autor, se publicó un set de postales-semblanza en que se muestra la obra por vez primera en tiempos recientes. Al año siguiente, el eco de la UNAM exhibió una fotografía de la obra en proceso, en la que aparece el autor con un grupo de personas, entre las que se encuentra la escultora Geles Cabrera.

Por la salida a la avenida Garza Sada, a la sombra de un viejo y frondoso encino, una discreta placa recuerda a Javier Francisco Arredondo Verdugo y Jorge Antonio Mercado Alonso, estudiantes asesinados dentro del campus el 19 de marzo de 2010 por el Ejército Mexicano durante la ola de violencia que azotó, vivió y padeció la ciudad en esos años. Un horror que recuerda el olvidado, por las condiciones de abandono en que se tiene, memorial en el centro de Monterrey, en la Macroplaza, una presencia que revive el dolor que acompaña a muchas familias que también perdieron a uno de los suyos.

Camino a la obra de Turrell se ven atléticos estudiantes rumbo a las instalaciones deportivas. Se cruzan con parejas de personas mayores y grupos de jovencitas; estos últimos, elegantemente vestidos, acuden a la ceremonia de graduación que se lleva a cabo en el gimnasio cercano. Hasta la entrada de la obra a visitar se escuchan los nombres de algunos de los graduados y las palmas que los reciben y premian sus logros.

La obra es una especie de loma verde, cerro florido, pequeño volcán que finalizó ya su erupción. Al interior se accede por dos puertas, situadas en frentes opuestos de un mismo pasillo que la cruza de extremo a extremo. Ya dentro de la misma hay una banca circular de mármol negro y arriba queda un hueco que deja ver el cielo. Una vista que recuerda a Luis Barragán, quien consideraba que el mejor lugar de una casa es el cielo, aunque aquí estamos más en una capilla, en un espacio para la meditación, la reflexión y los sueños.

Un sofisticado juego de luces va transformando el recinto por dentro, más bien sus paredes cónicas que acaban en el hueco que da paso al firmamento. La iluminación crea atmósferas que parecen auroras boreales, ya rosas, luego verdes, después azules que dan paso a luminosos amarillos que se convierten en púrpuras de atardeceres, negras noches y luminosos amaneceres que elevan al visitante-espectador, es decir, lo suben hasta el mismo cielo, el que describe Dante en las páginas de La Divina Comedia.

La visita a la obra de James Turrell incluye y termina con el ascenso a la cima de la misma. Se comprueba que no existe apertura libre al cielo: hay un mirador alrededor de la ventana que cierra y taponea el montículo. Desde allí se contempla y se extiende lo que hombres y mujeres son capaces de alcanzar, de crear, al transformar, en este caso, lo que antes fue el estacionamiento para autos del estadio de los Rayados.

Ya es de noche en lo alto del “Espíritu de luz”, pero ¿qué es lo que se contempla, mira, observa?: Un idílico oasis vegetal y urbano, y el cielo, esta vez oscuro, casi el paraíso al alcance de los ojos.