Monterrey. - Una noche de septiembre de 1988, Jacobo Zabludovsky reportaba en la televisión, la destrucción de Monterrey por un huracán llamado Gilberto. Mis infantiles ojos miraban con miedo y mucha curiosidad, las imágenes de un río de grandes olas de aguas color café, rugiente y tempestuoso. En mi mente venían los recuerdos de que en las vacaciones de verano, en ese mismo río, allá por Cadereyta, mi padrino me llevaba a tirar la red para conseguir carnada para las rudísimas sesiones de pesca de bagre y mojarra en el Río Ramos. Mi papá hablaba de larga distancia con mi padrino de Monterrey para preguntar cómo estaban mis primos.
El nivel de la destrucción reportada en las noticias era un evento histórico, como si hubiera atestiguado en Monterrey, el terremoto del ’85 en el Distrito Federal. Entendí que el agua podía ser sumamente violenta y que no era como los apacibles chorros la de la fuente de las Cibeles de Oaxaca y Medellín de la colonia Roma chilanga, las albercas de Cuernavaca o la cortina de agua del Museo de Antopología.
El Río Santa Catarina ha sido maltratado, vilipendiado, malentendido e insultado. Ni siquiera su rugido de aquel 1988 fue suficiente para que se comprendiera que es un monstruo dormido, el Kraken de Agua, la bestia enjaulada y que se le debe mucho respeto y pleitesía. Un río al que se rinden ofrendas por ser un Dios furioso e implacable.
La soberbia humana, siempre alimentada por la ignorancia y el desconocimiento sobre la naturaleza y personalidad del Santa Catarina, provocó que, a pesar de la muerte de decenas de personas atrapadas en los camiones urbanos que lo retaron, o la pérdida de los juegos Manzo, se volviera a utilizar como espacio de uso urbano. La razón: “es un espacio muy grande como para no sacarle algún provecho”. El enfoque equivocado de que la Naturaleza si no es explotada, no genera riqueza. El uso social menos invasivo, fue la instalación de canchas llaneras para organizar torneos populares de futbol: decenas de hectáreas de canchas que a cambio de deporte, nos la cobraba con tolvaneras y contaminación, mismas que el gobierno intentaba combatir con la dispersión de compuestos químicos que intentaban sin lograrlo, la suspensión de partículas.
Bajo esta lógica del uso en el sexenio de Natividad, se ejecutó un proyecto de instalar un parque lineal. Fue la primera ciclopista que se construía en Nuevo León para darle espacio a las bicicletas. Jardineras con flores, iluminación…infraestructura, infraestructura y más infraestructura. El mercado de Puente del Papa y luego las canchas de fútbol rápido concesionadas a una televisora local, son la mejor demostración de que el tiempo diluyó el miedo a esa bestia bella y poderosa, sumado a esa pequeña seguridad de que nos dio la cortina Rompepicos. Así que le pusimos su veladora con un canal de estiaje por si acaso. Todo lo anterior derivado de que no pocos académicos y expertos advertían con cierta frecuencia: “no debemos confiarnos, ese río va a despertar con furia y no lo estamos escuchando”.
Y sí, el Santa Catarina nos dio una tregua de veinte largos y pacíficos años: la ciudad hizo las paces con él. Yo fui usuario de la ciclopista y disfruté de sus canchas. Fui cliente muy frecuente de los puestos que vendían juguetes en donde pude agrandar mi colección de figuras de Star Wars.
La tormenta tropical Alex, en junio de 2010, fue la llave que abrió de nuevo la jaula de la bestia. Pude ver en vivo lo que vi en la televisión 22 años antes. La furia implacable del que reclama con rencor su espacio robado, lo que le pertenece, lo que ha sido suyo desde que se creó la Tierra. La rompepicos, ¿Funcinó? Sí. ¿Qué tanto? Se puede evaluar por lo que no fue destruido. Pasó su prueba de agua, pero el Santa Catarina demostró que es lo que es: un bello espacio implacable con la desobediencia humana: la Rompepicos no se diseñó para evitar la crapulencia de alcaldes por su hambre de un predial de humo por la irresponsable urbanización de los cerros, eso fue la proteína que se encargó de aumentar sus músculos y su furia.
La acertada decisión de hacer del Santa Catarina un área natural protegida es sin lugar a dudas, un logro de esta ciudad porque debemos entender de una vez por todas que el río es río y que no es un río cualquiera. Me llena de orgullo presumirlo en mis reuniones con colegas en otras ciudades, como un río urbano en donde en ciertos momentos y lugares, su agua es tan pura que puedes beberla. Me llena de alegría ver en sus aguas, las ranas, tortugas, los peces, la aves silvestres… la exuberante manifestación de biodiversidad del edén conservado por la fuerza del agua. Aquí este río es la columna vertebral de la ciudad más industrializada del país y a pesar de ello, es lo que es, mientras que en otras urbes mexicanas, la pestilencia del drenaje sanitario y la basura, transformaron bellísimos espacios naturales en cloacas nauseabundas. Aquí no es así.
El resultado de que sea un área natural protegida, se entiende por la agenda que el río le impuso a la ciudad con demostraciones de quién manda aquí. El rio es jefe y el río ordena. Nos queda únicamente obedecer con sumisión.
¿Qué sigue para los que aquí vivimos? Empujar desde la sociedad civil una agenda pública que permita primero, entender este río. Segundo, saber que vamos a vivir con él y que lo necesitamos mientras la ciudad no se mude a otro lado. Tercero, que se le debe dar gestión. ¿Cuál? La que establezca un grupo interdisciplinario de expertos especialistas y académicos que nos entregue la combinación óptima de decisiones de largo plazo que balanceé la conservación y aumento de sus servicios ambientales y la seguridad que garantice en la medida de lo posible, la integridad de la población y la conservación de la infraestructura urbana.
Que por fin se le haya reconocido que es y debe ser un área natural protegida, es uno de los más grandes aciertos de política pública y sin ninguna duda, uno de los más grandes avances a favor de la calidad de vida de la gente que habita el norte de México.
El río Santa Catarina es ya un santuario de vida silvestre por derecho propio y así debe mantenerse por el bien de la ciudad. Oponerse a ello es desafiar leyes físicas que no tenemos capacidad de controlar. El río pide su ofrenda de amor, un amor basado en ciencia, experiencia y tecnología. La sociedad civil tiene la gran responsabilidad de acompañar y vigilar las decisiones que hagan que el Santa Catarina conserve su sello de ser el gran orgullo del Área Metropolitana de Monterrey y el estado de Nuevo León.
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