Las políticas de Morena son ansia de regresar al pasado. Todos los movimientos autocráticos del presente comparten esa misma aspiración, y México no es la excepción. Sin embargo, si Morena desea regresar al pasado autoritario mexicano, inevitablemente también nos llevará a las turbulencias propias del pasado.
Morena no es el viejo PRI, aunque indudablemente riman. Las diferencias son evidentes: mientras que el PRI acataba las directrices del presidente en turno, Morena solo parece acatar las de su fundador, que se encuentra en el cuasi retiro; mientras que el PRI implementaba medidas populares, pero no era un partido populista, Morena impulsa políticas populares y es también un partido populista; mientras que el PRI no debilitó sistemáticamente al Estado mexicano (a pesar de su ala neoliberal), Morena ha aplicado políticas que han socavado seriamente nuestras capacidades estatales. Sin embargo, las semejanzas también son manifiestas, imposibles de no observar: la falta de una ideología definida; la enorme heterogeneidad de sus cuadros partidistas; y, ciertamente, la vocación autocrática, aunque con una gran diferencia: en el priismo de antaño no se acompañaba de súper-polarización, y en el Morena de hoy van conjuntamente.
Con un partido que ha salido –en una medida importante– de las entrañas del viejo PRI, y que ha implementado políticas que –en una medida considerable– nos llevan al pasado, cabe preguntarnos qué tanto rimará el futuro por venir con lo ya vivido, especialmente con la década de los ochentas. Si la oposición de entonces podía negociar la apertura política al tener un PRI cohesionado y con líneas claras de comunicación, las divisiones en Morena solo prometen agravarse conforme mengue la presencia de López Obrador, sin mencionar la negativa morenista a negociar. Pero, por otra parte, si la oposición ochentera se veía como un canal de protesta social ante su relativa buena reputación, hoy los partidos opositores –PAN, PRI, MC– tienen tales niveles de negativos que se antoja muy difícil que sean de nuevo vehículos de protesta social. Más aún, la creación de nuevos partidos de oposición se ve casi imposible ante la cooptación de las instituciones electorales.
A un sistema de partidos que será más inestable que aquel del pasado, hay que agregar un contexto económico que promete parecerse al vivido en los ochentas. Si en aquel entonces un Estado abultado trajo innumerables problemas fiscales, el neoestatismo morenista los está resucitando igualmente. Si las tasas de crecimiento económico eran otrora raquíticas, hoy las estamos viviendo también. Y si hace cuarenta años creció el hartazgo con la corrupción, cabe preguntarse cuánto tiempo más se mantendrá el espejismo de “honestidad valiente”. En aquel entonces, el catalizador fue la nacionalización de la banca y una crisis económica. Hoy en día, ante lo que se antoja como una inevitable reforma fiscal, cabe preguntarnos si será ese el catalizador para alejar, al menos, a las clases medias urbanas y a una parte del sector empresarial. Peor aún, tenemos una creciente falta de representación política, una válvula de escape que antaño se abrió, y hoy se cierra.
Un partido populista en el poder sin la consolidación del viejo priismo. Partidos de oposición sin la legitimidad política del pasado. Y un contexto económico que promete agravarse, como en la década de los ochentas. Lo más preocupante no es Morena, sino lo que viene después.
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