Monterrey.- Hace 90 años, los nuevoleoneses fueron testigos del homicidio de doña Antonieta Lozano y su hija Delfina Montemayor, una historia que da paso a una leyenda urbana que la memoria colectiva ha titulado El crimen de la casa de Aramberri.
Al filo de las seis de la mañana del 5 de abril de 1933, don Delfino Montemayor salió de su domicilio en el número 1026 de la calle Aramberri, en el centro de Monterrey, para dirigirse a su trabajo en Fundidora; doña Antonieta, su esposa, como de costumbre, lo despidió. Sin embargo, minutos después la tragedia tocó a su puerta.
"El crimen marca a la ciudad, la sociedad deja de ser “la niña consentida” que podía dormir con la puerta abierta, para ahora temer a quien pase por enfrente de la casa", relató el expresidente de la sociedad Nuevoleonesa de Historia, Geografía y Estadística, Óscar Tamez.
De acuerdo con el entrevistado, Fernando, un sobrino de don Delfino, toca la puerta de la casa, doña Antonieta le abre y entra con otros dos criminales, Gabriel y Emeterio, que no eran de la familia, para someter a golpes a la mujer de 54 años de edad, quien a gritos intentó persuadirlos.
Los agresores violentaron sexualmente a Florinda, la hija de 19 años, y luego las acuchillaron a ambas.
“Por ahí algunas de las versiones dicen que la policía dio con los criminales porque el perico (mascota de la familia), cuando los agentes entraron, seguía repitiendo ‘No me mates Gabriel, no me vayas a matar Gabriel, no me vayas a matar Gabriel’, ésa es una de las versiones que se tienen”, apuntó Tamez.
De acuerdo con la historia, dos de los responsables, Gabriel y Heliodoro, tenían un negocio de embutidos por la zona de Barrio Antiguo, a espaldas de la Catedral de Monterrey; hasta ahí arribaron las autoridades siguiendo el rastro de sangre que dejó uno de los criminales con sus pisadas.
El historiador relató que el doble asesinato causó conmoción entre la sociedad regiomontana que nunca había presenciado un hecho de esa naturaleza, por lo que se exigió justicia a las autoridades, quienes terminaron aplicando la Ley Fuga.
“¿Qué significa esto? Los llevan a Zuazua, con la excusa de una reconstrucción de hechos y los mataron. Señalaron ‘ah, pues se quisieron escapar y les disparamos’, y pues se murieron, y la sociedad aplaudió el hecho”, explicó Tamez.
Las autoridades exhibieron los cuerpos de los asesinos, una versión señala que, en la Alameda Mariano Escobedo, y otra que en el hospital Universitario. El móvil del crimen fue el robo de pertenencias de la Familia Montemayor Lozano.
Tras la muerte de don Delfino, vecinos señalan que la propiedad, ubicada a ocho cuadras de la avenida Félix U. Gómez y a cuatro de la actual Macroplaza, fue habitada por otras dos familias; además, los mitos urbanos la señalan como escenario de sucesos paranormales, e incluso de rituales.
“Como ahí fueron cometidos crímenes terribles, algunos grupos y sectas pro-satanismo llevaron a cabo prácticas y rituales”, refirió el historiador.
En el año 2013, el escritor regiomontano Hugo Valdés retomó la historia en una novela negra que tituló "El crimen de la calle de Aramberri”, publicada por el Fondo Editorial de Nuevo León y la UANL.
Para Óscar Tamez, los neoleoneses están obligados a recuperar la memoria de este tipo de tragedias, para evitar que se repitan.
“Esos crímenes debieran servirnos para que entendamos, como sociedad, que no debemos permitir tanta degradación… que guardar valores, guardar tradiciones, contribuyen a que este tipo de actos no se lleven a cabo”, concluyó.
De acuerdo con los vecinos, la propiedad albergará próximamente un restaurante, pues ya fue vendida y la semana pasada se le instaló un techo de lámina y faroles en la fachada.